En el corazón del imperio Inca
Por fin nos acercamos a la joya del Perú y nueva maravilla del mundo : el Machu Pichu.
Antes de ello, hay que pasar obligatoriamente por Cusco, que en sus tiempos fue la capital del imperio Inca (en quechua 'cusco' significa ombligo, los Incas fundaron su capital donde calcularon que se situaba el centro del mundo).
Hoy día Cusco es una ciudad de cultura mestiza con muchísimo encanto, una ciudad repleta de magníficos edificios coloniales edificados sobre el trazado de la antigua ciudad Inca. Los Incas eran expertos en la talla de piedras y en imbricarlas para crear muros de una solidez extrema (de hecho, creo que el tetris lo inventaron ellos siglos antes de ser divulgado por los rusos). Sus ciudades estaban distribuidas en plazas cuadradas alrededor de las cuales se construían casas y templos. Cuando los españoles conquistaron la ciudad simplemente se valieron de las construcciones existentes para edificar sus casas y de las plazas como patios interiores. Por ello, muchas de las casas del centro histórico de Cusco conservan en su base muros construidos por los Incas hace más de 500 años y que todavía siguen en pie.
Nos ha impresionado, al visitar los alrededores de Cusco, comprobar lo avanzado de la civilización pre-colombina. Los Incas fueron un pueblo guerrero, que en el apogeo de su imperio habían sometido una buena parte de América del Sur. Originariamente un pueblo no demasiado avanzado, supieron asimilar los conocimientos de las culturas que dominaron. La riqueza arqueológica y cultural de la zona requieren más días de los que nosotros les hemos dedicado para ser visitados a fondo. Los Incas dominaban las técnicas del tejido y el tintado de textiles, la metalurgia del oro, plata y cobre y las aleaciones, la navegación, tenían centros de investigación agraria, contaban con salineras que hoy día se siguen explotando, aprovechando una fuente de agua salada que mana de la montaña, trazaron caminos que unían diferentes partes del imperio y que estaban salpicados de lugares de descanso y de baños y acostumbraban a desviar los cauces naturales tanto para regar las terrazas con las que escalonaban montañas enteras como para aprovisionar en agua los 'pueblos-nido' que construían piedra a piedra sobre los riscos.
Con razón los peruanos están tan orgullosos de su herencia inca. Salvo en armas más potentes, medios de transporte algo mejores, la escritura y alguna que otra cosilla, no parece que los españoles, recién salidos de la oscura época medieval, tuvieran un nivel de desarrollo tan diferente del de sus contemporáneos americanos.
El Machu Pichu es un ejemplo de lo que llamo 'pueblo-nido'. Se encuentra en una montaña escarpadísima dentro de un desfiladero por el que transcurre un río. Por suerte para su conservación, se había perdido traza de él hasta su descubrimiento a principios del siglo XX.
Hoy en día es la principal atracción turística del Perú, y probablemente de toda Sudamérica. El Estado peruano, la compañía de trenes que tiene el monopolio de acceso al pueblo al pie de las ruinas (no hay carretera, la otra opción es caminar varios días) y la compañía de autobuses que te sube del pueblo al sitio arqueológico lo saben y sacan buena tajada, pegándote sablazo tras sablazo.
Tras pararnos a visitar algunos puntos de interés en el camino, subimos a dormir al pueblo de Machu Pichu. A las 4 y cuarto de la mañana el día siguiente ya estábamos en la cola del autobús. La razón del madrugón : poder pasearnos entre las ruinas mientras la neblina que envuelve las montañas se disipa y antes de que lleguen las hordas de grupos de turistas que son el pan de cada día. Pero sobre todo, llegar entre las 400 primeras personas, que es el cupo que puede subir cada día al monte colindante desde donde, tras un amasijo de escaleras y una cierta dosis de sudor, se disfrutan las mejores vistas del Machu Pichu.
De vuelta en Cusco, y como no queríamos irnos sin probar el cuy (conejo de indias) que es un plato típico y que ya me había quedado con ganas de comer en Ecuador, nos acercamos a comerlo a un restaurante. No nos dieron 'gato por liebre', pero si un cuy mal cocinado y más duro que carne de burro viejo. No se si me deje un diente o si han sido dos intentando sacarle la chicha al bicho. Así es que nos hemos quedado con las ganas de poder disfrutar esta supuesta delicia culinaria. Quizás haya mejor suerte en Bolivia, ya os contaré si es el caso.
Bea
Antes de ello, hay que pasar obligatoriamente por Cusco, que en sus tiempos fue la capital del imperio Inca (en quechua 'cusco' significa ombligo, los Incas fundaron su capital donde calcularon que se situaba el centro del mundo).
Hoy día Cusco es una ciudad de cultura mestiza con muchísimo encanto, una ciudad repleta de magníficos edificios coloniales edificados sobre el trazado de la antigua ciudad Inca. Los Incas eran expertos en la talla de piedras y en imbricarlas para crear muros de una solidez extrema (de hecho, creo que el tetris lo inventaron ellos siglos antes de ser divulgado por los rusos). Sus ciudades estaban distribuidas en plazas cuadradas alrededor de las cuales se construían casas y templos. Cuando los españoles conquistaron la ciudad simplemente se valieron de las construcciones existentes para edificar sus casas y de las plazas como patios interiores. Por ello, muchas de las casas del centro histórico de Cusco conservan en su base muros construidos por los Incas hace más de 500 años y que todavía siguen en pie.
Nos ha impresionado, al visitar los alrededores de Cusco, comprobar lo avanzado de la civilización pre-colombina. Los Incas fueron un pueblo guerrero, que en el apogeo de su imperio habían sometido una buena parte de América del Sur. Originariamente un pueblo no demasiado avanzado, supieron asimilar los conocimientos de las culturas que dominaron. La riqueza arqueológica y cultural de la zona requieren más días de los que nosotros les hemos dedicado para ser visitados a fondo. Los Incas dominaban las técnicas del tejido y el tintado de textiles, la metalurgia del oro, plata y cobre y las aleaciones, la navegación, tenían centros de investigación agraria, contaban con salineras que hoy día se siguen explotando, aprovechando una fuente de agua salada que mana de la montaña, trazaron caminos que unían diferentes partes del imperio y que estaban salpicados de lugares de descanso y de baños y acostumbraban a desviar los cauces naturales tanto para regar las terrazas con las que escalonaban montañas enteras como para aprovisionar en agua los 'pueblos-nido' que construían piedra a piedra sobre los riscos.
Con razón los peruanos están tan orgullosos de su herencia inca. Salvo en armas más potentes, medios de transporte algo mejores, la escritura y alguna que otra cosilla, no parece que los españoles, recién salidos de la oscura época medieval, tuvieran un nivel de desarrollo tan diferente del de sus contemporáneos americanos.
El Machu Pichu es un ejemplo de lo que llamo 'pueblo-nido'. Se encuentra en una montaña escarpadísima dentro de un desfiladero por el que transcurre un río. Por suerte para su conservación, se había perdido traza de él hasta su descubrimiento a principios del siglo XX.
Hoy en día es la principal atracción turística del Perú, y probablemente de toda Sudamérica. El Estado peruano, la compañía de trenes que tiene el monopolio de acceso al pueblo al pie de las ruinas (no hay carretera, la otra opción es caminar varios días) y la compañía de autobuses que te sube del pueblo al sitio arqueológico lo saben y sacan buena tajada, pegándote sablazo tras sablazo.
Tras pararnos a visitar algunos puntos de interés en el camino, subimos a dormir al pueblo de Machu Pichu. A las 4 y cuarto de la mañana el día siguiente ya estábamos en la cola del autobús. La razón del madrugón : poder pasearnos entre las ruinas mientras la neblina que envuelve las montañas se disipa y antes de que lleguen las hordas de grupos de turistas que son el pan de cada día. Pero sobre todo, llegar entre las 400 primeras personas, que es el cupo que puede subir cada día al monte colindante desde donde, tras un amasijo de escaleras y una cierta dosis de sudor, se disfrutan las mejores vistas del Machu Pichu.
De vuelta en Cusco, y como no queríamos irnos sin probar el cuy (conejo de indias) que es un plato típico y que ya me había quedado con ganas de comer en Ecuador, nos acercamos a comerlo a un restaurante. No nos dieron 'gato por liebre', pero si un cuy mal cocinado y más duro que carne de burro viejo. No se si me deje un diente o si han sido dos intentando sacarle la chicha al bicho. Así es que nos hemos quedado con las ganas de poder disfrutar esta supuesta delicia culinaria. Quizás haya mejor suerte en Bolivia, ya os contaré si es el caso.
Bea