Arequipa y el Cañon del Colca
La ciudad de Arequipa fue fundada en 1540 por orden de Francisco Pizarro y, tan sólo unos años después, ya se refería a ella Cervantes en 'La Galatea'. Con tales referencias, más el hecho de que los viajeros hablan muy bien de ella, nos esperábamos una ciudad majestuosa.
En realidad, se trata de una ciudad industrial que ha crecido de manera desmesurada en los últimos 80 años, y que ha sido devastada varias veces por terremotos o erupciones a lo largo de los siglos, por lo que, aunque guarda una estructura de ciudad colonial, la mayoría de los edificios no son nada del otro mundo.
Lo que caracteriza la ciudad es el uso del sillar en la construcciones. El sillar es una piedra volcánica, de color blanquecino, que abunda en la zona y que da carácter y apodo a la 'ciudad blanca' del Perú. Los edificios más importantes, como la catedral y los que con ella conforman la 'Plaza de Armas', las iglesias, los conventos y algunas mansiones dispersas por el centro histórico están hechas a partir de esta roca.
Lo que más nos impresionó es el convento de Santa Catalina. Con sus 20.000 metros cuadrados, es una auténtica ciudadela dentro de Arequipa. Sólo las doñas de buena familia podían aspirar a retirarse de la vida mundana en este 'club privado' eclesiástico donde, aparte de dedicarse a la oración, continuaban con el tren de vida al que estaban acostumbradas : no sólo cada una contaba con su casa particular dentro del convento sino que hasta tenía criadas.
Si estáis de paso por la zona, no dejéis de visitar la momia de 'Juanita', una niña Inca que fue sacrificada para aplacar la ira del volcán Ampato hace casi 500 años y que se ha conservado intacta (con melena y uñas) en las nieves del volcán hasta su excavación a principios del siglo XXI.
Arequipa es también el punto de partida para explorar los dos cañones mas profundos del mundo, el del Colca y el de Cotahuasi, con 3191 y 3352 metros de profundidad respectivamente. La zona atrae un turismo incipiente por la belleza de los paisajes del cañón y por los cóndores que planean sobre él. Así es que elegimos hacer del Cañon del Colca la siguiente parada en nuestra viaje.
En la zona muchas señoras visten el traje tradicional multicolor, gastado por los rigores de la vida del campo. Cabanaconde, el pueblo desde donde bajamos al cañón, cuenta con electricidad desde hace apenas diez años, tiene casi tantos burros como habitantes y casi ningún coche. Sin embargo, cada centímetro de tierra está aprovechado para el cultivo mediante un sistema de 'andenes' (cultivo en terrazas) que suavizan lo escarpado del terreno y que se riegan por medio de un elaborado sistema de acequias que se ha transmitido de generación en generación desde tiempos anteriores a los Incas.
El camino de bajada al cañón (y por desgracia para nosotros, luego de subida) es bastante duro. Son 1200 metros de desnivel en algo menos de 5 km de recorrido por un camino de arena y piedras, sólo apto para humanos y bestias. Quién esté medianamente en forma, tarda en bajar unas dos horas y en subir unas cuatro. Los chavalines del pueblo suben en dos horas y el chico de nuestro albergue se lo sube corriendo en 45 minutos. Karim y yo debimos batir el récord Guiness de lentitud : más de tres horas para bajar y casi siete para subir. Hasta se nos hizo de noche en camino (menos mal que llevábamos las lámparas frontales, suficiente agua y hojas de coca para masticar, que se supone ayudan a combatir el síndrome de la altura).
A pesar de las agujetas, que nos han estado machacando unos cuantos días, fué una experiencia estupenda, y estamos contentos de haber ido. Además, conocimos a gente muy simpática en el camino, y es que no hay nada como el sufrimiento compartido para acercar a la gente :).
Bea
En realidad, se trata de una ciudad industrial que ha crecido de manera desmesurada en los últimos 80 años, y que ha sido devastada varias veces por terremotos o erupciones a lo largo de los siglos, por lo que, aunque guarda una estructura de ciudad colonial, la mayoría de los edificios no son nada del otro mundo.
Lo que caracteriza la ciudad es el uso del sillar en la construcciones. El sillar es una piedra volcánica, de color blanquecino, que abunda en la zona y que da carácter y apodo a la 'ciudad blanca' del Perú. Los edificios más importantes, como la catedral y los que con ella conforman la 'Plaza de Armas', las iglesias, los conventos y algunas mansiones dispersas por el centro histórico están hechas a partir de esta roca.
Lo que más nos impresionó es el convento de Santa Catalina. Con sus 20.000 metros cuadrados, es una auténtica ciudadela dentro de Arequipa. Sólo las doñas de buena familia podían aspirar a retirarse de la vida mundana en este 'club privado' eclesiástico donde, aparte de dedicarse a la oración, continuaban con el tren de vida al que estaban acostumbradas : no sólo cada una contaba con su casa particular dentro del convento sino que hasta tenía criadas.
Si estáis de paso por la zona, no dejéis de visitar la momia de 'Juanita', una niña Inca que fue sacrificada para aplacar la ira del volcán Ampato hace casi 500 años y que se ha conservado intacta (con melena y uñas) en las nieves del volcán hasta su excavación a principios del siglo XXI.
Arequipa es también el punto de partida para explorar los dos cañones mas profundos del mundo, el del Colca y el de Cotahuasi, con 3191 y 3352 metros de profundidad respectivamente. La zona atrae un turismo incipiente por la belleza de los paisajes del cañón y por los cóndores que planean sobre él. Así es que elegimos hacer del Cañon del Colca la siguiente parada en nuestra viaje.
En la zona muchas señoras visten el traje tradicional multicolor, gastado por los rigores de la vida del campo. Cabanaconde, el pueblo desde donde bajamos al cañón, cuenta con electricidad desde hace apenas diez años, tiene casi tantos burros como habitantes y casi ningún coche. Sin embargo, cada centímetro de tierra está aprovechado para el cultivo mediante un sistema de 'andenes' (cultivo en terrazas) que suavizan lo escarpado del terreno y que se riegan por medio de un elaborado sistema de acequias que se ha transmitido de generación en generación desde tiempos anteriores a los Incas.
El camino de bajada al cañón (y por desgracia para nosotros, luego de subida) es bastante duro. Son 1200 metros de desnivel en algo menos de 5 km de recorrido por un camino de arena y piedras, sólo apto para humanos y bestias. Quién esté medianamente en forma, tarda en bajar unas dos horas y en subir unas cuatro. Los chavalines del pueblo suben en dos horas y el chico de nuestro albergue se lo sube corriendo en 45 minutos. Karim y yo debimos batir el récord Guiness de lentitud : más de tres horas para bajar y casi siete para subir. Hasta se nos hizo de noche en camino (menos mal que llevábamos las lámparas frontales, suficiente agua y hojas de coca para masticar, que se supone ayudan a combatir el síndrome de la altura).
A pesar de las agujetas, que nos han estado machacando unos cuantos días, fué una experiencia estupenda, y estamos contentos de haber ido. Además, conocimos a gente muy simpática en el camino, y es que no hay nada como el sufrimiento compartido para acercar a la gente :).
Bea
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