Las Filipinas : primeros pasos en el sudeste asiático
Aunque los paisajes magníficos de Nueva Zelanda y la abundancia de vida salvaje en Australia nos han encantado, se trata de países muy occidentales y anglosajones : muy limpios, muy organizados y muy reglamentados. Hacia el final de nuestro paso por Australia, empezábamos a echar de menos los colores, la animación y la espontaneidad típica de América del sur.
Estábamos de suerte porque, en unas pocas horas de vuelo, el panorama cambió radicalmente : pasamos de los 21 millones de habitantes repartidos en todo el territorio australiano a los 11 millones que se aglutinan en Manila, de un lugar de casas y jardines cuidadísimos al reinado de la chapuza y el descuido, de los autobuses urbanos de Sydney a los jeepneys y a los triciclos decorados al gusto del propietario (cuanto más originales y cantosos mejor) y de los gritos de las cacatúas al canto de los gallos (sonido que nos ha perseguido por todas partes, incluso en el aeropuerto y en los ferrys, donde los gallos de combate viajan en cajas de cartón individuales).
Las Filipinas es un archipiélago compuesto de unas 7000 islas. Habiendo decidido dejar Manila para el final, comenzamos nuestra visita del país buceando en los arrecifes de coral de la isla Apo. De allí bogamos hacia la isla de Bohol para admirar un curioso relieve de colinas bautizado “Chocolate Hills” y para ver el primate más pequeño del mundo, el tarsero (no más grande que la palma de la mano y que parece de manera sospechosa al personaje del Yoda). También aprovechamos la estancia en la isla para pasar unos días en la jungla, en la rivera del río Loboc. A continuación, le llegó el turno a la región de Bicol, donde fuimos a nadar con los tiburones-ballena y a ver humear el volcán Mayon, que tan sólo unas semanas antes de nuestra llegada estaba, de nuevo, regurgitando lava.
Las ciudades son más bien feas, pero son muy animadas y una mina de contrastes : centros comerciales modernos, mercados populares paupérrimos llenos de colorido, centros de belleza y masaje, puestecillos de mercaderías variadas y en ciertos casos de dudoso gusto (como los que se especializan en estatuas religiosas de plástico tamaño muñeca pepona), cadenas de comida rápida, puestos de chucherías, iglesias de fachadas desgastadas e interiores famélicos pero muy frecuentadas y anuncios de bares de alterne en la cadena destinada a promocionar la ciudad.
Creyendo llegar al primer país donde no nos íbamos a enterar de la misa la media, nos ha sorprendido encontrarnos con que todo el mundo habla inglés. Hasta los carteles están escritos mayoritariamente en este idioma, tanto en las ciudades como en los pueblos perdidos. La población, de piel broceada y ojos almendrados, es muy sonriente y madrugadora. En uno de los pueblos donde dormimos, los niños ya estaban en el cole apenas pasadas las siete, y se juzga que las 6 de la mañana es suficientemente tarde para escuchar pop-rock a un volumen suficiente como para que lo escuche todo el pueblo.
Se trata también de un país relativamente barato, en el que la gente en general es honesta y no busca engatusar a los turistas, donde no nos hemos sentido acosados, y donde a pesar de la estrechez económica de gran parte de la población y del número de considerable de armas en circulación, uno puede deambular sin la paranoia de ciertas zonas de Sudamérica.
En definitiva, las Filipinas nos están permitiendo aterrizar suavemente en Asia, y la experiencia se anuncia prometedora.
Bea
Estábamos de suerte porque, en unas pocas horas de vuelo, el panorama cambió radicalmente : pasamos de los 21 millones de habitantes repartidos en todo el territorio australiano a los 11 millones que se aglutinan en Manila, de un lugar de casas y jardines cuidadísimos al reinado de la chapuza y el descuido, de los autobuses urbanos de Sydney a los jeepneys y a los triciclos decorados al gusto del propietario (cuanto más originales y cantosos mejor) y de los gritos de las cacatúas al canto de los gallos (sonido que nos ha perseguido por todas partes, incluso en el aeropuerto y en los ferrys, donde los gallos de combate viajan en cajas de cartón individuales).
Las Filipinas es un archipiélago compuesto de unas 7000 islas. Habiendo decidido dejar Manila para el final, comenzamos nuestra visita del país buceando en los arrecifes de coral de la isla Apo. De allí bogamos hacia la isla de Bohol para admirar un curioso relieve de colinas bautizado “Chocolate Hills” y para ver el primate más pequeño del mundo, el tarsero (no más grande que la palma de la mano y que parece de manera sospechosa al personaje del Yoda). También aprovechamos la estancia en la isla para pasar unos días en la jungla, en la rivera del río Loboc. A continuación, le llegó el turno a la región de Bicol, donde fuimos a nadar con los tiburones-ballena y a ver humear el volcán Mayon, que tan sólo unas semanas antes de nuestra llegada estaba, de nuevo, regurgitando lava.
Las ciudades son más bien feas, pero son muy animadas y una mina de contrastes : centros comerciales modernos, mercados populares paupérrimos llenos de colorido, centros de belleza y masaje, puestecillos de mercaderías variadas y en ciertos casos de dudoso gusto (como los que se especializan en estatuas religiosas de plástico tamaño muñeca pepona), cadenas de comida rápida, puestos de chucherías, iglesias de fachadas desgastadas e interiores famélicos pero muy frecuentadas y anuncios de bares de alterne en la cadena destinada a promocionar la ciudad.
Creyendo llegar al primer país donde no nos íbamos a enterar de la misa la media, nos ha sorprendido encontrarnos con que todo el mundo habla inglés. Hasta los carteles están escritos mayoritariamente en este idioma, tanto en las ciudades como en los pueblos perdidos. La población, de piel broceada y ojos almendrados, es muy sonriente y madrugadora. En uno de los pueblos donde dormimos, los niños ya estaban en el cole apenas pasadas las siete, y se juzga que las 6 de la mañana es suficientemente tarde para escuchar pop-rock a un volumen suficiente como para que lo escuche todo el pueblo.
Se trata también de un país relativamente barato, en el que la gente en general es honesta y no busca engatusar a los turistas, donde no nos hemos sentido acosados, y donde a pesar de la estrechez económica de gran parte de la población y del número de considerable de armas en circulación, uno puede deambular sin la paranoia de ciertas zonas de Sudamérica.
En definitiva, las Filipinas nos están permitiendo aterrizar suavemente en Asia, y la experiencia se anuncia prometedora.
Bea