'Apatrullando' la costa este australiana
En contraste con mi idea de Australia como un país seco y bastante desértico, el clima en Cairns, adonde volamos desde Melbourne, es tropical : no faltan ni el calor húmedo agobiante, ni los chaparrones sorpresa ni, no podía ser menos, los mosquitos. Al organizar el viaje nos habíamos preparado mentalmente para que éstos nos acribillaran en ciertas zonas de Asia y América del sur, pero por el momento es en Australia donde nos han dejado con más agujeros que un colador.
Nos quedamos en Cairns unos días durante los que nos hinchamos a comer frutas tropicales, aprovechando que por una vez estaban tiradas de precio, y fuimos a bucear a la gran barrera de coral. La suerte nos sonrió, porque aunque llovió a cántaros la mitad del tiempo, el día que salimos a bucear lucía el sol y se apreciaban bien los colores de los corales.
Volvimos encantados y no esperábamos encontrar nada mejor términos de buceo. Pero algo más al sur, buceamos en los restos del Yongala, un barco que naufragó en 1911, y todavía no salimos de asombro. Siempre he asociado los restos de un naufragio con un montón de hierros oxidados. En este caso, en los casi 100 años que lleva en el fondo del mar, la chatarra se ido cubriendo de coral y es el hábitat de al menos un millón de peces, o esa es la impresión que uno recibe al ser rodeado por nube tras nube de pececillos de colores. E igual de impresionante es la cantidad de peces grandes que se ven, más que en la treintena de veces que he buceado juntas : serpientes marinas, tortugas, rayas, atunes, barracudas e incluso un mero que debe ir ya para tatarabuelo y tiene el tamaño de un Renault Twingo. El único momento malo fue cuando ya volviendo a la superficie, durante la parada de descompresión, a una de las instructoras le picó una medusa urukandji, una de las más peligrosas y dolorosas, y hubo que evacuarla de urgencia al hospital.
De nuevo a bordo de un campervan, continuamos bordeando la costa en dirección sur, conduciendo a través de bosques y de plantaciones de caña de azúcar, de mangos y de bananas. Nos desviamos para ir a ver ornitorrincos, dormir, hacer picnic o remojarnos en los arroyos (la guinda del pastel, donde no corríamos riesgo de terminar siendo la merienda de un cocodrilo) de este o aquel parque nacional. Y cambiamos las cuatro ruedas por un barco en un par de ocasiones para ir a visitar las Whitsundays y Fraser Island, para intentar ver y comprender ese 'algo' que hace que todo el mundo hable maravillas de ellas.
Llegamos por fin a Brisbane, la capital del estado de Queensland. Una ciudad bastante animada que, como las demás ciudades australianas grandes que hemos visitado, tiene el centro histórico salpicado de edificios antiguos incrustados entre los rascacielos. Nos ha gustado pasearnos por ella a pié y a bordo de los ferrys que recorren el río. Y para quitarme la espinita de no haber ido a Tasmania, nos fuimos a un zoo para ver un demonio de Tasmania vivito y coleando. Ya me puedo morir tranquila :).
Tras más de dos mil kilómetros recorridos desde que salimos de Cairns y todavía a mil de Sydney, nos dimos cuenta que habíamos subestimado las distancias en este país así como el tiempo que se tarda en recorrerlas. Con sólo 6 días para devolver la furgoneta, decidimos olvidarnos del norte del estado de New South Wales e irnos directamente a las Blue Mountains, al oeste de Sydney, donde pasamos lo que nos quedaba de tiempo visitando los puntos de interés y haciendo senderismo.
Y aquí estamos, preparándonos para despegar hacia las Filipinas mañana, tras una semanita en este lugar tan lleno de encanto que es Sydney. Nos alegramos de haber dejado esta ciudad para el final, porque creemos que las otras megalópolis australianas habrían perdido color tras el glamour de Sydney. Ha sido una gozada tener una semana entera para descansar de la tanda de días al volante y para para poder visitar la ciudad sin estrés, un trocito cada día.
Bea.
Nos quedamos en Cairns unos días durante los que nos hinchamos a comer frutas tropicales, aprovechando que por una vez estaban tiradas de precio, y fuimos a bucear a la gran barrera de coral. La suerte nos sonrió, porque aunque llovió a cántaros la mitad del tiempo, el día que salimos a bucear lucía el sol y se apreciaban bien los colores de los corales.
Volvimos encantados y no esperábamos encontrar nada mejor términos de buceo. Pero algo más al sur, buceamos en los restos del Yongala, un barco que naufragó en 1911, y todavía no salimos de asombro. Siempre he asociado los restos de un naufragio con un montón de hierros oxidados. En este caso, en los casi 100 años que lleva en el fondo del mar, la chatarra se ido cubriendo de coral y es el hábitat de al menos un millón de peces, o esa es la impresión que uno recibe al ser rodeado por nube tras nube de pececillos de colores. E igual de impresionante es la cantidad de peces grandes que se ven, más que en la treintena de veces que he buceado juntas : serpientes marinas, tortugas, rayas, atunes, barracudas e incluso un mero que debe ir ya para tatarabuelo y tiene el tamaño de un Renault Twingo. El único momento malo fue cuando ya volviendo a la superficie, durante la parada de descompresión, a una de las instructoras le picó una medusa urukandji, una de las más peligrosas y dolorosas, y hubo que evacuarla de urgencia al hospital.
De nuevo a bordo de un campervan, continuamos bordeando la costa en dirección sur, conduciendo a través de bosques y de plantaciones de caña de azúcar, de mangos y de bananas. Nos desviamos para ir a ver ornitorrincos, dormir, hacer picnic o remojarnos en los arroyos (la guinda del pastel, donde no corríamos riesgo de terminar siendo la merienda de un cocodrilo) de este o aquel parque nacional. Y cambiamos las cuatro ruedas por un barco en un par de ocasiones para ir a visitar las Whitsundays y Fraser Island, para intentar ver y comprender ese 'algo' que hace que todo el mundo hable maravillas de ellas.
Llegamos por fin a Brisbane, la capital del estado de Queensland. Una ciudad bastante animada que, como las demás ciudades australianas grandes que hemos visitado, tiene el centro histórico salpicado de edificios antiguos incrustados entre los rascacielos. Nos ha gustado pasearnos por ella a pié y a bordo de los ferrys que recorren el río. Y para quitarme la espinita de no haber ido a Tasmania, nos fuimos a un zoo para ver un demonio de Tasmania vivito y coleando. Ya me puedo morir tranquila :).
Tras más de dos mil kilómetros recorridos desde que salimos de Cairns y todavía a mil de Sydney, nos dimos cuenta que habíamos subestimado las distancias en este país así como el tiempo que se tarda en recorrerlas. Con sólo 6 días para devolver la furgoneta, decidimos olvidarnos del norte del estado de New South Wales e irnos directamente a las Blue Mountains, al oeste de Sydney, donde pasamos lo que nos quedaba de tiempo visitando los puntos de interés y haciendo senderismo.
Y aquí estamos, preparándonos para despegar hacia las Filipinas mañana, tras una semanita en este lugar tan lleno de encanto que es Sydney. Nos alegramos de haber dejado esta ciudad para el final, porque creemos que las otras megalópolis australianas habrían perdido color tras el glamour de Sydney. Ha sido una gozada tener una semana entera para descansar de la tanda de días al volante y para para poder visitar la ciudad sin estrés, un trocito cada día.
Bea.
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