Tailandia : entre camisetas Red-bull y camisas rojas
El viaje continua aunque empezamos a sentir que es el principio del fin, en buena parte gracias a los que nos recordáis, ¡ tan amablemente !, que cada vez nos queda menos para la vuelta. Escribo este artículo mientras esperamos, en una estación del sur de Tailandia, el tren de noche que nos acercará a Penang, en el norte de Malasia. Tras “Incredible India”, “Amazing Tailandia” tiene también varios aspectos, algunos más simpáticos que otros.
El país es famoso por sus fondos marinos y sus islas paradisíacas. Y es verdad que los días que hemos pasado buceando en la isla de Koh Tao, en la costa este, no nos han decepcionado : arrecifes de coral, meros enormes y bancos de barracudas nos han acompañado durante nuestros paseos submarinos. Sin hablar de unas aguas cálidas en comparación de las cuales el Mediterráneo pasaría por el Polo Norte. Según los expertos, los fondos de la costa oeste son todavía más bonitos, lo que nos ha despertado las ganas de ir a remojarnos en el mar de Andaman en una ocasión futura.
La excursión que hicimos a partir de Pai, un pueblecito del norte del país, ha sido una de las mejores experiencias de nuestra estancia en el reino de Siam. Tres días caminando por senderos de montaña, siguiendo el trazado de la frontera birmana y durmiendo en casas particulares en pueblos típicos. Las minorías que habitan esta zona del país hablan una multitud de dialectos en vez de tailandés, practican el animismo en lugar del budismo y su acceso a la electricidad es reciente y limitado. Fue bastante extraño pasearse por parajes de aspecto casi lunar, terrenos calcinados y salpicados de brasas aún rojizas, en completo contraste con el verde de los arrozales que hubiéramos visto de haber venido durante la época de lluvias. En efecto, cada año por esta época los campesinos queman los campos para prepararlos para la siembra. Aunque en principio son fuegos controlados, de vez en cuando se les escapa alguno, haciendo que la selva de los alrededores desaparezca poco a poco. En la noche, decenas de estos fuegos lucen y se recortan en las montañas que circundan los pueblos, un espectáculo que tiene algo de mágico e hipnótico, hasta que ves el fuego avanzar y acercarse a poco más de un kilómetro del pueblo en el que te preparas a dormir (en el que, para más INRI, las casas están construidas de madera). Pero a pesar de nuestro escepticismo inicial, y algo tranquilizados por los comentarios de los locales: “Sí, sí, el fuego está ahí, pero no os preocupéis, no hay problema” y sobre todo por su actitud de aquí no pasa nada, hicimos como ellos y nos fuimos a dormir.
Aquellos que gusten de templos, viejos o recientes, no cabrán en sí de gozo. En las ciudades hay suntuosos templos budistas en cada esquina, aunque no ganen en número a las fotos del rey que están colgadas por todas partes. En nuestro caso, quizás porque a menudo se parecen, terminamos empachados de ver budas tumbados, sentados, en posición de loto o de pié, unos gordos y otros flacos. Como buenos glotones que somos, preferimos visitar el mayor número posible de puestos ambulantes de comida, donde se pueden degustar a cualquier hora del día o de la noche delicias como un curry con nueces de India o un arroz glutinoso con mango y leche de coco. Incluso prolongamos el placer culinario con un curso de cocina en Chiang-Mai, supervisados por un lady-boy (una auténtica institución en Tailandia) donde descubrimos que la salsa de pescado (“fish sauce”) es parte integrante de todos los platos, incluyendo los dulces. Gracias a esta iniciación, nos sentiremos algo menos ignorantes cuando vayamos a los supermercados asiáticos de vuelta en casa.
En cuanto a los problemas políticos por los que atraviesa el país, no han afectado gran cosa nuestro viaje. Aunque los enfrentamientos entre los camisas rojas y el ejército, que terminaron con una veintena de muertos en vísperas de nuestra llegada, nos hicieron por un momento plantearnos un cambio de planes, lo cierto es que el movimiento era relativamente pacífico y se centraba en el barrio de Bangkok donde se sitúan los grandes centros comerciales, que de resultan llevan cerrados desde hace semanas. Incluso durante un paseo vespertino por el interior de las trincheras de los camisas rojas (en las que todo el mundo entraba como Pedro por su casa) atravesamos lo que parecía un festival de orientación política o un mitin campechano : baños portátiles, puestos vendiendo todo tipo de parafernalia de color rojo, ropa común, bebidas y comida, y mucha gente sentada en sillas portátiles escuchando en pantallas gigantes el discurso de los cabecillas y aplaudiendo los mensajes.
Y, sin embargo, no podemos negar que el día que llegamos a Bangkok nos recibió una auténtica guerrilla urbana equipada hasta los dientes. No perdonaban a nadie, empolvando con harina y regando con pistolas de agua, mangueras o directamente a cubo limpio todo lo que se meneaba : los paseantes, los coches, la policía, los pasajeros al bajar del autobús e incluso los convoys de camisas rojas que les devolvían alegremente el favor. La causa de tal recibimiento : haber llegado al país en plena celebración del Año Nuevo tailandés (Songkran). Nos reímos un montón una vez el pasaporte y la cámara puestos a resguardo, ya que la verdad es que hace tanta calor que uno agradece que le mojen. Y ya que la mayor de los habitantes estaban de vacaciones y se habían largado de la capital, vimos una faceta diferente del Bangkok de todos los días. La ciudad, que de costumbre es un hervidero de actividad, parecía dormida : sin atascos, muchos comercios cerrados, las avenidas prácticamente desiertas y un aire respirable.
El lado menos agradable de Tailandia es el turismo de masas y los rebaños de jovenes “occidentales” enarbolando orgullosos su piel abrasada por el sol y su camiseta de tirantes con la imagen del Red-bull local. Teniendo en cuenta que llegamos durante la temporada baja, no me atrevo a imaginarme lo que debe ser en julio y agosto. Los mercadillos nocturnos están inundados de copias de Rolex, polos y camisetas de marca, así como de de una oferta homogénea de souvenires que deben de haber sido producidos en masa en algún lugar de Asia de cuyo nombre no quiero acordarme.
Es difícil escapar al turismo-negocio y encontrar un poco de autenticidad. A pesar de todo, Tailandia ofrece al viajero un cambio de escena a bajo coste, sin problemas especiales de seguridad, limpio (lo que cambia de India) y bien organizado. Hay que reconocer que los tailandeses son gente agradable que sabe escuchar a los farang (guiris) y responder a sus gustos. En ciertos lugares, como Pai y Koh Tao, el número de extranjeros sobrepasa al de los locales y hay más hoteles, bares y centros de masaje que casas. A veces nos preguntábamos si estábamos todavía en Tailandia o si, sin que nos diéramos cuenta, nos habíamos tele-transportado a Ibiza.
En resumen, en nuestro caso hemos encontramos complicado salir de los senderos marcados y los encuentros con los locales han sido bastante superficiales, de modo que aunque ha sido agradable pasar unos días en Tailandia, no podemos decir que es un lugar que nos ha marcado.
Karim
El país es famoso por sus fondos marinos y sus islas paradisíacas. Y es verdad que los días que hemos pasado buceando en la isla de Koh Tao, en la costa este, no nos han decepcionado : arrecifes de coral, meros enormes y bancos de barracudas nos han acompañado durante nuestros paseos submarinos. Sin hablar de unas aguas cálidas en comparación de las cuales el Mediterráneo pasaría por el Polo Norte. Según los expertos, los fondos de la costa oeste son todavía más bonitos, lo que nos ha despertado las ganas de ir a remojarnos en el mar de Andaman en una ocasión futura.
La excursión que hicimos a partir de Pai, un pueblecito del norte del país, ha sido una de las mejores experiencias de nuestra estancia en el reino de Siam. Tres días caminando por senderos de montaña, siguiendo el trazado de la frontera birmana y durmiendo en casas particulares en pueblos típicos. Las minorías que habitan esta zona del país hablan una multitud de dialectos en vez de tailandés, practican el animismo en lugar del budismo y su acceso a la electricidad es reciente y limitado. Fue bastante extraño pasearse por parajes de aspecto casi lunar, terrenos calcinados y salpicados de brasas aún rojizas, en completo contraste con el verde de los arrozales que hubiéramos visto de haber venido durante la época de lluvias. En efecto, cada año por esta época los campesinos queman los campos para prepararlos para la siembra. Aunque en principio son fuegos controlados, de vez en cuando se les escapa alguno, haciendo que la selva de los alrededores desaparezca poco a poco. En la noche, decenas de estos fuegos lucen y se recortan en las montañas que circundan los pueblos, un espectáculo que tiene algo de mágico e hipnótico, hasta que ves el fuego avanzar y acercarse a poco más de un kilómetro del pueblo en el que te preparas a dormir (en el que, para más INRI, las casas están construidas de madera). Pero a pesar de nuestro escepticismo inicial, y algo tranquilizados por los comentarios de los locales: “Sí, sí, el fuego está ahí, pero no os preocupéis, no hay problema” y sobre todo por su actitud de aquí no pasa nada, hicimos como ellos y nos fuimos a dormir.
Aquellos que gusten de templos, viejos o recientes, no cabrán en sí de gozo. En las ciudades hay suntuosos templos budistas en cada esquina, aunque no ganen en número a las fotos del rey que están colgadas por todas partes. En nuestro caso, quizás porque a menudo se parecen, terminamos empachados de ver budas tumbados, sentados, en posición de loto o de pié, unos gordos y otros flacos. Como buenos glotones que somos, preferimos visitar el mayor número posible de puestos ambulantes de comida, donde se pueden degustar a cualquier hora del día o de la noche delicias como un curry con nueces de India o un arroz glutinoso con mango y leche de coco. Incluso prolongamos el placer culinario con un curso de cocina en Chiang-Mai, supervisados por un lady-boy (una auténtica institución en Tailandia) donde descubrimos que la salsa de pescado (“fish sauce”) es parte integrante de todos los platos, incluyendo los dulces. Gracias a esta iniciación, nos sentiremos algo menos ignorantes cuando vayamos a los supermercados asiáticos de vuelta en casa.
En cuanto a los problemas políticos por los que atraviesa el país, no han afectado gran cosa nuestro viaje. Aunque los enfrentamientos entre los camisas rojas y el ejército, que terminaron con una veintena de muertos en vísperas de nuestra llegada, nos hicieron por un momento plantearnos un cambio de planes, lo cierto es que el movimiento era relativamente pacífico y se centraba en el barrio de Bangkok donde se sitúan los grandes centros comerciales, que de resultan llevan cerrados desde hace semanas. Incluso durante un paseo vespertino por el interior de las trincheras de los camisas rojas (en las que todo el mundo entraba como Pedro por su casa) atravesamos lo que parecía un festival de orientación política o un mitin campechano : baños portátiles, puestos vendiendo todo tipo de parafernalia de color rojo, ropa común, bebidas y comida, y mucha gente sentada en sillas portátiles escuchando en pantallas gigantes el discurso de los cabecillas y aplaudiendo los mensajes.
Y, sin embargo, no podemos negar que el día que llegamos a Bangkok nos recibió una auténtica guerrilla urbana equipada hasta los dientes. No perdonaban a nadie, empolvando con harina y regando con pistolas de agua, mangueras o directamente a cubo limpio todo lo que se meneaba : los paseantes, los coches, la policía, los pasajeros al bajar del autobús e incluso los convoys de camisas rojas que les devolvían alegremente el favor. La causa de tal recibimiento : haber llegado al país en plena celebración del Año Nuevo tailandés (Songkran). Nos reímos un montón una vez el pasaporte y la cámara puestos a resguardo, ya que la verdad es que hace tanta calor que uno agradece que le mojen. Y ya que la mayor de los habitantes estaban de vacaciones y se habían largado de la capital, vimos una faceta diferente del Bangkok de todos los días. La ciudad, que de costumbre es un hervidero de actividad, parecía dormida : sin atascos, muchos comercios cerrados, las avenidas prácticamente desiertas y un aire respirable.
El lado menos agradable de Tailandia es el turismo de masas y los rebaños de jovenes “occidentales” enarbolando orgullosos su piel abrasada por el sol y su camiseta de tirantes con la imagen del Red-bull local. Teniendo en cuenta que llegamos durante la temporada baja, no me atrevo a imaginarme lo que debe ser en julio y agosto. Los mercadillos nocturnos están inundados de copias de Rolex, polos y camisetas de marca, así como de de una oferta homogénea de souvenires que deben de haber sido producidos en masa en algún lugar de Asia de cuyo nombre no quiero acordarme.
Es difícil escapar al turismo-negocio y encontrar un poco de autenticidad. A pesar de todo, Tailandia ofrece al viajero un cambio de escena a bajo coste, sin problemas especiales de seguridad, limpio (lo que cambia de India) y bien organizado. Hay que reconocer que los tailandeses son gente agradable que sabe escuchar a los farang (guiris) y responder a sus gustos. En ciertos lugares, como Pai y Koh Tao, el número de extranjeros sobrepasa al de los locales y hay más hoteles, bares y centros de masaje que casas. A veces nos preguntábamos si estábamos todavía en Tailandia o si, sin que nos diéramos cuenta, nos habíamos tele-transportado a Ibiza.
En resumen, en nuestro caso hemos encontramos complicado salir de los senderos marcados y los encuentros con los locales han sido bastante superficiales, de modo que aunque ha sido agradable pasar unos días en Tailandia, no podemos decir que es un lugar que nos ha marcado.
Karim
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