Lima … ¡ qué chévere !
Cambio de país, cambio de moneda y cambio de ambiente. Dejamos la tranquilidad de Puerto López (bueno, si hacemos abstracción de los gallos insomnes del vecindario que se pasaban las noches compitiendo en la versión gallera de Operación Triunfo) en dirección de la capital de Perú, Lima.
El paisaje del norte de Perú, un desierto accidentado y bordeado por el Océano Pacífico, es impresionante. Llegando desde el sur de Ecuador, tan tropical y lleno de bananeras hasta el último centímetro, uno no se imagina que el otro lado de la frontera pueda ser así de árido.
Tras 36 horas de viaje, en un autobús animado por el equipo nacional sub-16 de water-polo de Ecuador (que jugaba esa misma tarde un partido internacional en Lima), llegamos a destino.
Ya cerca de Lima, los barrios que el autobús iba dejando atrás en su paso por la autopista no nos inspiraban mucha confianza. Y la verdad es que, al preparar el viaje, los comentarios de otros viajeros sobre la ciudad no eran muy motivadores : inseguridad, contaminación, poco que ver ... hay quienes ni siquiera paran en Lima en su recorrido por Perú. A pesar de todo nos quedamos unos días porque queríamos hacernos una impresión propia, y la verdad es que no sólo no nos decepcionó, sino que nos gustó bastante.
Es cierto que las desigualdades son flagrantes : por un lado arrabales sin agua ni electricidad y con las calles de barro, y en el otro extremo barrios acomodados en los que las casas están protegidas por patrullas de guardias privados y por muros rematados de cristales y alambres de púas o eléctricos.
Sin embargo nos encantó pasearnos por el centro histórico, ver el cambio de la guardia en la plaza de armas, visitar el magnífico monasterio de San Francisco que contiene obras de Zurbarán y de Alonso Cano, así como los restos de las 70.000 personas que fueron enterradas en las catacumbas del subsuelo antes de que se empezasen a utilizar los cementerios. También disfrutamos mucho paseándonos y mezclándonos en el ambiente festivo del fin de semana de los barrios de Miraflores y el Barranco (el barrio bohemio local).
Pero como a pesar de sus encantos Lima no es lo único que hay por ver en el país de los Incas, ya estamos de nuevo de camino en dirección del sur y de Arequipa.
Karim
El paisaje del norte de Perú, un desierto accidentado y bordeado por el Océano Pacífico, es impresionante. Llegando desde el sur de Ecuador, tan tropical y lleno de bananeras hasta el último centímetro, uno no se imagina que el otro lado de la frontera pueda ser así de árido.
Tras 36 horas de viaje, en un autobús animado por el equipo nacional sub-16 de water-polo de Ecuador (que jugaba esa misma tarde un partido internacional en Lima), llegamos a destino.
Ya cerca de Lima, los barrios que el autobús iba dejando atrás en su paso por la autopista no nos inspiraban mucha confianza. Y la verdad es que, al preparar el viaje, los comentarios de otros viajeros sobre la ciudad no eran muy motivadores : inseguridad, contaminación, poco que ver ... hay quienes ni siquiera paran en Lima en su recorrido por Perú. A pesar de todo nos quedamos unos días porque queríamos hacernos una impresión propia, y la verdad es que no sólo no nos decepcionó, sino que nos gustó bastante.
Es cierto que las desigualdades son flagrantes : por un lado arrabales sin agua ni electricidad y con las calles de barro, y en el otro extremo barrios acomodados en los que las casas están protegidas por patrullas de guardias privados y por muros rematados de cristales y alambres de púas o eléctricos.
Sin embargo nos encantó pasearnos por el centro histórico, ver el cambio de la guardia en la plaza de armas, visitar el magnífico monasterio de San Francisco que contiene obras de Zurbarán y de Alonso Cano, así como los restos de las 70.000 personas que fueron enterradas en las catacumbas del subsuelo antes de que se empezasen a utilizar los cementerios. También disfrutamos mucho paseándonos y mezclándonos en el ambiente festivo del fin de semana de los barrios de Miraflores y el Barranco (el barrio bohemio local).
Karim
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