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La vuelta al mundo en más de 80 días.

¿ De qué habla este blog ?

Viajar y descubrir el mundo. Es lo que pretendemos hacer en 353 días y a través de una quincena de países. Este blog nos servirá para compartir esta experiencia a través de los artículos y fotos que publicaremos así como de vuestros comentarios.

¿ Dónde estamos hoy ?


. Tras casi un año de viaje, nos acostumbramos poco a poco a la vida sedentaria.



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Fotos : Nueva Zelanda 2ª Parte

Haz click en la imagen para acceder a otras fotos de nuestro paso por Nueva Zelanda :


NZ - North Island

Bye Bye Kiwiland

Takaka, en la región de Golden Bay, fue nuestra última etapa en la isla del sur. Aparte de algo de senderismo en el parque nacional colindante y un concierto simpático el sábado por la noche en uno de los pubs del pueblo, el albergue juvenil estaba lleno de gente muy maja : una pareja británica que gestionaba el albergue durante las vacaciones del propietario, un hippy neocelandés con un gramófono y unos discos del año catapún, una española que acababa de terminar una semana de 'woofing' en una escuela de yoga perdida en medio del monte. Además, como por todas partes en este país, unas cuantos germano hablantes, de los que un par volvieron de la playa con dos bolsas enormes de mejillones que dieron de si para toda la gente del hostal.

Para los que no hayan nunca oído hablar del 'woofing', mi caso antes de venir aquí, se trata de un intercambio de unas horas de trabajo al día, contra alojamiento y comida. Hay páginas web especializadas que permiten poner en contacto a quienes ofrecen una actividad con quienes la buscan. Parece ser que es muy común en Nueva Zelanda donde la vida es relativamente cara y la gente que viene para quedarse varias semanas o meses, lo usa para reducir costos.

En nuestro caso, teniendo cita en Auckland con nuestro vuelo hacia Australia y el tiempo limitado, tomamos el ferry para pasar a la isla norte donde continuamos nuestra exploración del país. La isla norte es menos montañosa, más poblada y menos salvaje que la isla del sur, pero algunas de las experiencias que he vivido en ella no se me olvidaran ni aunque viva 100 años.


Napier, con su arquitectura de estilo art-deco y su ambiente retro, es una de las pocas ciudades que vale la pena visitar por sus propios méritos y no por estar cerca de alguna atracción natural. Y bajo el suelo de la ciudad de Roturoa, hay tanta actividad geotérmica que hasta el parque municipal está lleno de fuentes termales y de barrizales borboteantes. En ciertos barrios hay un cierto tufillo a huevo podrido, pero por poder bañarse en un arroyo en el que el agua fluye de manera natural tan caliente que al cabo de 10 minutos te vuelves rojo como una lagosta cocida, o nadar en un lago de agua tibia, no importa si la nariz sufre un poco. Roturoa es además la capital Maori de Nueva Zelanda, con montones de ofertas de paquetes de cena y espectáculo a los que no hemos querido ir porque nos temíamos que fuera demasiado turístico. Sin embargo, nos gustó bastante el pueblecito ceremonial de Ohinemutu con una casa de reuniones tradicional y una pequeña iglesia anglicana con relieves de estilo maori muy chulos.


Para las tres últimas noches en tierra kiwi volvimos a la costa, esta vez en la península de Coromandel, cerca de Auckland. Es el único lugar en el que hemos dado con una playa infestada de gente (en todas las demás había una media de 3 personas por playa, y seguro que exagero). ¿Por qué tanta gente en este lugar? El nombre, Hot Water Beach (Playa de agua caliente), da la clave del misterio. Una hora antes y después de la marea baja, si se hace un agujero en cierta parte de la playa, fluye agua caliente. Así es que, cavando un poco, uno puede hacerse su propia alberquita termal con vistas al mar. Nos hizo mucha gracia ver y oír tanto alboroto de gente pala en mano cava que te cava. Para terminar con buen pié, incluso encontré una cascadita en una caleta en la que me pude remojar y realizar una de mis fantasías para este viaje.


Nueva Zelanda se me ha quedado grabado en la memoria como un país de ríos y arroyos, de lagos, de cascadas y de fuentes termales, con un verano tirando a fresco y un tiempo inestable, de gente muy simpática y sin pretensiones, de pájaros raros y medio mancos, de praderas y bosques de vegetación exuberante, donde no me hubiera extrañado cruzarme al 'hobbit' o a 'Gollum'. Hubiera preferido temperaturas algo más veraniegas, pero quizás me arrepienta de mis palabras en Australia, nuestro próximo destino, donde parece ser que hace tanta calor en verano que se hace insoportable. Pero no lo cambio por la nieve de Europa, ¡15°C bajo cero incluso en España, qué frío!.

Fotos : Nueva Zelanda 1ª Parte

Haz click en la imagen para acceder a las fotos que tomamos en Isla del Sur y Auckland:

NZ - South Island

Bienvenido al país de los Kiwis

Llegamos a Nueva Zelanda 2 días después de despegar, aunque el vuelo sólo durara 13 horas. ¿Viaje en el tiempo? No. Simplemente, sobrevolamos la línea internacional de cambio de fecha. A causa de ello, nos comimos el 28 de noviembre, a falta de podernos comer la ración de cordero que nos hubiera correspondido de haber estado en Marruecos (la fiesta del cordero ha sido el 28 de noviembre este año).


Los primeros días tras nuestra llegada, la comida, los carteles, la gente conduciendo por el lado izquierdo, el verdor, e incluso la meteorología, nos daban la impresión de estar en Gran Bretaña. Pero no tardamos en darnos cuenta de nuestro error cuando, al sacar dinero del cajero, nos encontramos con dólares neocelandeses en las manos, en vez de con libras esterlinas.

Pasamos los tres primeros días en Auckland, cosa de habituarnos al acento kiwi. Desde ahí, volamos a Christchurch, la más británica de las ciudades neocelandesas, desde donde nos lanzamos a descubrir los encantos de la isla del sur.

Las ciudades, excepto raras excepciones, no presentan demasiado interés. Quitando Auckland y sus suburbios, donde se aglutina la tercera parte de los 4 millones de habitantes del país, las poblaciones son de tamaño más bien modesto. Incluso la capital, Wellington, sólo tiene 200.000 habitantes. Y no es por falta de superficie, que es equivalente de la del Reino Unido. Una densidad de población tan baja hace cambiar la perspectiva de la gente : cuando aquí oyes que algo está atiborrado, a nosotros nos parece casi vacío.


La gente viene a Nueva Zelanda para admirar sus paisajes y para participar a las abundantes actividades al aire libre, como el senderismo, el kayak o la pesca. Como es complicadillo y bastante caro acceder a los lugares de interés en transporte en común, lo mejor es estar motorizado para realmente sacar provecho de lo que este país tiene que ofrecer. Es lo que hicimos nosotros, a bordo de Piolín, el mini-auto amarillo canario que nos asignó la compañía de alquiler de coches.

La isla del sur nos ha marcado por su belleza. Empezamos por el Monte Cook que desde sus 3700 metros de altura domina majestuosamente el centro de la isla. Luego, fuimos a visitar el fiordo de Milford Sound con sus brazos de agua de mar serpenteando entre montañas de paredes verticales salpicadas de cascadas. Abundan los lagos y los bosques de vegetación exuberante. La vegetación es aun más rica, al punto de convertirse en selva tropical, al atravesar la cordillera hacia la costa oeste, que es también la región más lluviosa de Nueva Zelanda. En pocas horas comprendimos porque hay tan poca gente viviendo en esta parte del país, y porque los billetes de banco están plastificados. Así es que no nos entretuvimos : entre chubascos, aguaceros y tormentas visitamos los glaciares y las formaciones de roca caliza y salimos pitando hacia Golden Bay, en la costa norte. Esta sabia decisión nos ha permitido de terminar nuestro viaje en la isla del sur bajo la caricia del sol y paseándonos por las playas vírgenes de agua turquesa, si bien tirando a fresca, del parque Abel Tasman.


La primera parte de nuestra estancia en Nueva Zelanda ha sido de lo más agradable gracias también a la amabilidad de los neocelandeses y a su desarrollada infraestructura turística. Los albergues juveniles, aunque orientados al viajero de bajo presupuesto, están sumamente bien equipados : incluso en varias ocasiones nos hemos asado carne en la barbacoa. No hay que olvidar que aquí estamos en pleno verano aunque Papa Noel asome las barbas por todas partes. Y hablando de alojamiento, nos hemos lanzado por primera vez a hacer couchsurfing y nos ha encantado : ahorro aparte, ha sido estupendo conocer y descubrir el estilo de vida de la gente del país, y nuestros anfitriones han sido tan abiertos y acogedores que en cada ocasión nos ha dado pena tener que despedirnos.

La única sorpresa ha sido no ver gente Maori, el pueblo de origen polinesio que habitaba el país a la llegada de los británicos. Quizás la isla del norte nos ofrecerá la ocasión de tropezarnos con alguno.

Karim

Lugares visitados en América del Sur





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Fotos : Rapanui (Isla de Pascua)

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Chile - Rapanui

Iorana koe Rapa Nui (Bienvenido a Isla de Pascua)

Después de casi 4 meses deambulando por América del Sur, llegamos a nuestra última parada por estas tierras; aunque para ser precisos, esto es el extremo oriental de Polinesia y no América. La Isla de Pascua, con sus apenas 163 m² de superficie, se formó un día en el que la Madre Tierra decidió asomar la punta de la nariz del mar allá donde Cristo perdió las sandalias.


La isla es hoy parte de Chile, pero fue descubierta y ha sido habitada desde el siglo IV por uno de los pueblos polinesios que, siendo excelentes navegantes, surcaron el océano Pacífico de punta a punta. De hecho, tiene un carácter más próximo de la Polinesia que de América Latina : en los rasgos de la gente, en el idioma local o en el folclore. A nuestra llegada al aeropuerto la dueña del camping donde nos alojamos nos recibió con un collar de flores y un 'iorana', palabra que sirve tanto para decir 'bienvenido', como 'buenos días' y 'adiós' en lengua rapanui.

El lugar es un oasis en medio del océano y el ambiente es muy tranquilo, aunque la población del único lugar habitado, Hanga Roa, está creciendo de manera exponencial con el desarrollo del turismo : de 3000 habitantes en el 2006 a casi 6000 hoy día. Todo cuesta entre 3 y 4 veces más que en el continente, pero sigue siendo un destino abordable para el turista medio (sobre todo si uno hace acopio de provisiones en Santiago). Sin embargo, hay un hotel 5 estrellas en construcción y como los recursos no son ilimitados y que el exceso de población empieza a causar problemas (de abastecimiento de agua y de tratamiento de residuos) no sé cuanto tiempo va a perdurar la situación.


Pero de momento el ambiente es de lo más simpático. Todo el mundo se saluda al cruzarse en la calle. Si estás en plan vago y no te apetece caminar hasta el otro lado del pueblo, basta con estirar el dedo y alguien te recoge (y siempre se puede ir en la parte trasera de la furgoneta si los asientos ya están ocupados). Un señor que nos recogió incluso nos invitó a venir a tomar un café a su casa.

Nos alegramos infinitamente de haber alquilado una habitación en el camping en vez de una tienda de campaña, sobre todo cuando en la noche oíamos la lluvia azotar el techo y el viento soplar a todo pulmón y que luego por la mañana veíamos a los pobres de las tiendas con ojeras y sacando los sacos de dormir a secar.

A pesar de la lluvia, la Isla de Pascua se parece bastante más a mi idea de un paraíso tropical que Ushuaia. No hay cascadas, pero nos dimos un bañito en la única playa de arena de la isla y salimos a bucear con Henri (un francés que en sus tiempos formó parte del equipo de Cousteau, hasta que llegó aquí hace 30 años en una de sus misiones, se lió con una chica del pueblo y decidió quedarse).


Para visitar los moais que están repartidos por la isla alquilamos un todo-terreno por unas horitas. Resultó ser una buena elección porque las carreteras están atiborradas de baches, sin contar con las 'albercas' de barro que hay que atravesar de vez en cuando. Me sorprendió la cantidad de moais que hay, casi un millar, y la distancia que separa la cantera donde se fabricaban, al pie de un volcán, hasta sus destinos respectivos al borde del mar. La locura humana no tiene límites.

Otra cosa curiosa es la cantidad de caballos que hay en la isla. De hecho, es prácticamente el único mamífero que hemos visto : ni una oveja, ni cabras ni cerdos, apenas unas vacas flacuchas y unas cuantas gallinas paseándose por los corrales del pueblo... y caballos por todas partes y a todas horas.

Y ya toca decir adiós a América Latina. Es un sentimiento agridulce : nos ha gustado tanto que cuesta irse. Pero por otro lado, quién se puede quejar sabiendo que el próximo destino es Nueva Zelanda?. Estamos deseando descubrir el país de los kiwis y vivir nuestra primera experiencia de couchsurfing en Nueva Zelanda.

Bea

Fotos : Valparaíso y Santiago

Haz click en la imagen y verás nuestras fotos de Santiago y Valparaíso :

Chile - Valparaiso and Santiago

Valparaíso - Santiago : 1-0

Dejamos Punta Arenas y las tierras australes rumbo al centro de Chile y habiendo alcanzado nuestro límite de tolerancia al mal tiempo. Tanto frío y tanto viento, sin contar con la lluvia y la nieve han sido demasiado para mí. Habiendo crecido en latitudes mucho más clementes, me cuesta creer que la gente pueda elegir de vivir en condiciones meteorológicas similares a las de un congelador.

Tras 3h30 de avión, una empanada y dos horas de autobús, llegamos a Valparaíso, que a primera vista da la impresión de un cruce entre el barrio alto de Lisboa, Montmartre y Malasaña. Son decenas de colinas, incrustadas de casas de miles de colores, que se abalanzan sobre el océano Pacífico. Es fantástico pasearse por sus calles tortuosas y empinadísimas y, de vez en cuando, subirse a alguno de los muchos funiculares, auténticas antigüedades, repartidos por la ciudad para disfrutar la experiencia y sobre todo economizar algo de aliento .


Valparaíso nos ha reconciliado con las ciudades, que a menudo en Patagonia y en Tierra de fuego no tienen mucho encanto y que, al igual que en las películas de cowboys, consisten en una calle principal donde el viento azota a los paseantes. En Valparaíso, cientos de pinturas murales adornan los muros de la ciudad dándole la apariencia de un cuerpo recubierto de tatuajes. La ciudad parece renacer de sus cenizas, ya que en el pasado fue una escala importante de los barcos que transitaban entre los océanos Atlántico y Pacífico, hasta que la apertura del canal de Panamá dio a pié con la prosperidad producto de las actividades marítimas (junto con el terremoto que se abatió sobre la región a principios del siglo XX).


Nuestra estancia en Valparaíso ha sido muy agradable. No se si será la nostalgia de mi ciudad natal Casablanca, pero con el paso del tiempo cada vez aprecio más llegar a una ciudad bañada por el mar, lo que no es el caso de nuestra próxima etapa.

Santiago está rodeada de montañas (¡sí, sí, otra vez los Andes!) que le dan aspecto de una fortaleza. En mi caso, me ha costado encontrarle el encanto a esta ciudad : demasiado moderna, con sus rascacielos, sus largas avenidas de 4 carriles en cada sentido, su metro, sus autobuses sin voceadores (los que, literalmente, van gritando los destinos a cada parada) y su barrio de Bellavista, que se supone es bohemio pero que en realidad tira a pijo más que a alternativo.

Aun así, los chilenos son gente adorable, entre los más simpáticos y majos que hemos encontrado en este continente (quitando la g... de la oficina de LAN en el aeropuerto de Santiago). Y Santiago es una ciudad muy viva, con sus punkis y otros pintas, sus puestos de 'mote con huesillos' (trigo cocido en una especie de almíbar de melocotón), o de 'completos' (perritos calientes con guacamole y crema fresca), sus actividades culturales (nos quedamos sin poder ir al concierto de Manu Chao por un día, ahhhhhhh!) y, muy importante, su buen tiempo.

Aunque nuestro próximo destino sigue siendo chileno, estaremos a más de 3500 km de continente. Estamos deseando llegar a Rapa Nui, más conocida como Isla de Pascua para decir 'iorana' a los moais.

Karim