Bye Bye Kiwiland
Takaka, en la región de Golden Bay, fue nuestra última etapa en la isla del sur. Aparte de algo de senderismo en el parque nacional colindante y un concierto simpático el sábado por la noche en uno de los pubs del pueblo, el albergue juvenil estaba lleno de gente muy maja : una pareja británica que gestionaba el albergue durante las vacaciones del propietario, un hippy neocelandés con un gramófono y unos discos del año catapún, una española que acababa de terminar una semana de 'woofing' en una escuela de yoga perdida en medio del monte. Además, como por todas partes en este país, unas cuantos germano hablantes, de los que un par volvieron de la playa con dos bolsas enormes de mejillones que dieron de si para toda la gente del hostal.
Para los que no hayan nunca oído hablar del 'woofing', mi caso antes de venir aquí, se trata de un intercambio de unas horas de trabajo al día, contra alojamiento y comida. Hay páginas web especializadas que permiten poner en contacto a quienes ofrecen una actividad con quienes la buscan. Parece ser que es muy común en Nueva Zelanda donde la vida es relativamente cara y la gente que viene para quedarse varias semanas o meses, lo usa para reducir costos.
En nuestro caso, teniendo cita en Auckland con nuestro vuelo hacia Australia y el tiempo limitado, tomamos el ferry para pasar a la isla norte donde continuamos nuestra exploración del país. La isla norte es menos montañosa, más poblada y menos salvaje que la isla del sur, pero algunas de las experiencias que he vivido en ella no se me olvidaran ni aunque viva 100 años.
Napier, con su arquitectura de estilo art-deco y su ambiente retro, es una de las pocas ciudades que vale la pena visitar por sus propios méritos y no por estar cerca de alguna atracción natural. Y bajo el suelo de la ciudad de Roturoa, hay tanta actividad geotérmica que hasta el parque municipal está lleno de fuentes termales y de barrizales borboteantes. En ciertos barrios hay un cierto tufillo a huevo podrido, pero por poder bañarse en un arroyo en el que el agua fluye de manera natural tan caliente que al cabo de 10 minutos te vuelves rojo como una lagosta cocida, o nadar en un lago de agua tibia, no importa si la nariz sufre un poco. Roturoa es además la capital Maori de Nueva Zelanda, con montones de ofertas de paquetes de cena y espectáculo a los que no hemos querido ir porque nos temíamos que fuera demasiado turístico. Sin embargo, nos gustó bastante el pueblecito ceremonial de Ohinemutu con una casa de reuniones tradicional y una pequeña iglesia anglicana con relieves de estilo maori muy chulos.
Para las tres últimas noches en tierra kiwi volvimos a la costa, esta vez en la península de Coromandel, cerca de Auckland. Es el único lugar en el que hemos dado con una playa infestada de gente (en todas las demás había una media de 3 personas por playa, y seguro que exagero). ¿Por qué tanta gente en este lugar? El nombre, Hot Water Beach (Playa de agua caliente), da la clave del misterio. Una hora antes y después de la marea baja, si se hace un agujero en cierta parte de la playa, fluye agua caliente. Así es que, cavando un poco, uno puede hacerse su propia alberquita termal con vistas al mar. Nos hizo mucha gracia ver y oír tanto alboroto de gente pala en mano cava que te cava. Para terminar con buen pié, incluso encontré una cascadita en una caleta en la que me pude remojar y realizar una de mis fantasías para este viaje.
Nueva Zelanda se me ha quedado grabado en la memoria como un país de ríos y arroyos, de lagos, de cascadas y de fuentes termales, con un verano tirando a fresco y un tiempo inestable, de gente muy simpática y sin pretensiones, de pájaros raros y medio mancos, de praderas y bosques de vegetación exuberante, donde no me hubiera extrañado cruzarme al 'hobbit' o a 'Gollum'. Hubiera preferido temperaturas algo más veraniegas, pero quizás me arrepienta de mis palabras en Australia, nuestro próximo destino, donde parece ser que hace tanta calor en verano que se hace insoportable. Pero no lo cambio por la nieve de Europa, ¡15°C bajo cero incluso en España, qué frío!.
Para los que no hayan nunca oído hablar del 'woofing', mi caso antes de venir aquí, se trata de un intercambio de unas horas de trabajo al día, contra alojamiento y comida. Hay páginas web especializadas que permiten poner en contacto a quienes ofrecen una actividad con quienes la buscan. Parece ser que es muy común en Nueva Zelanda donde la vida es relativamente cara y la gente que viene para quedarse varias semanas o meses, lo usa para reducir costos.
En nuestro caso, teniendo cita en Auckland con nuestro vuelo hacia Australia y el tiempo limitado, tomamos el ferry para pasar a la isla norte donde continuamos nuestra exploración del país. La isla norte es menos montañosa, más poblada y menos salvaje que la isla del sur, pero algunas de las experiencias que he vivido en ella no se me olvidaran ni aunque viva 100 años.
Napier, con su arquitectura de estilo art-deco y su ambiente retro, es una de las pocas ciudades que vale la pena visitar por sus propios méritos y no por estar cerca de alguna atracción natural. Y bajo el suelo de la ciudad de Roturoa, hay tanta actividad geotérmica que hasta el parque municipal está lleno de fuentes termales y de barrizales borboteantes. En ciertos barrios hay un cierto tufillo a huevo podrido, pero por poder bañarse en un arroyo en el que el agua fluye de manera natural tan caliente que al cabo de 10 minutos te vuelves rojo como una lagosta cocida, o nadar en un lago de agua tibia, no importa si la nariz sufre un poco. Roturoa es además la capital Maori de Nueva Zelanda, con montones de ofertas de paquetes de cena y espectáculo a los que no hemos querido ir porque nos temíamos que fuera demasiado turístico. Sin embargo, nos gustó bastante el pueblecito ceremonial de Ohinemutu con una casa de reuniones tradicional y una pequeña iglesia anglicana con relieves de estilo maori muy chulos.
Para las tres últimas noches en tierra kiwi volvimos a la costa, esta vez en la península de Coromandel, cerca de Auckland. Es el único lugar en el que hemos dado con una playa infestada de gente (en todas las demás había una media de 3 personas por playa, y seguro que exagero). ¿Por qué tanta gente en este lugar? El nombre, Hot Water Beach (Playa de agua caliente), da la clave del misterio. Una hora antes y después de la marea baja, si se hace un agujero en cierta parte de la playa, fluye agua caliente. Así es que, cavando un poco, uno puede hacerse su propia alberquita termal con vistas al mar. Nos hizo mucha gracia ver y oír tanto alboroto de gente pala en mano cava que te cava. Para terminar con buen pié, incluso encontré una cascadita en una caleta en la que me pude remojar y realizar una de mis fantasías para este viaje.
Nueva Zelanda se me ha quedado grabado en la memoria como un país de ríos y arroyos, de lagos, de cascadas y de fuentes termales, con un verano tirando a fresco y un tiempo inestable, de gente muy simpática y sin pretensiones, de pájaros raros y medio mancos, de praderas y bosques de vegetación exuberante, donde no me hubiera extrañado cruzarme al 'hobbit' o a 'Gollum'. Hubiera preferido temperaturas algo más veraniegas, pero quizás me arrepienta de mis palabras en Australia, nuestro próximo destino, donde parece ser que hace tanta calor en verano que se hace insoportable. Pero no lo cambio por la nieve de Europa, ¡15°C bajo cero incluso en España, qué frío!.
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