Indonesia : Java y algo de Bali.
Llegamos por fin a Indonesia, amasijo de 18000 islas tropicales de nombres evocadores como Java, Sumatra o Bali, y que se extiende también por gran parte de Borneo, Timor y Papúa. Aunque visto en el mapa del mundo, emparedado entre los continentes asiático y australiano, siempre me pareció un país pequeño, lo cierto es que recorrer de punta a punta el territorio equivale a una travesía del del Océano Atlántico.
Otro dato curioso es que es el país con más musulmanes del mundo : alrededor del 85% de sus 230 millones de habitantes profesan esta confesión. Para dar servicio a tanto fiel, los almuecines se desgañitan llamando a la oración desde antes del amanecer. El tonillo, diferente del que se estila en Marruecos, me recuerda muchísimo al cante hondo y tiene su encanto, aunque no faltan los aspirantes a Camarón que suenan como la Pantojita y hay veces que la megafonía distorsiona los sonidos y te despiertas en tu hotel en plena noche oyendo unos quejidos fantasmagóricos que te ponen los pelos de punta.
Como decíamos en el artículo precedente, a las 2 de la mañana del día que nos íbamos a Indonesia descubrimos que a nuestro anfitrión de Jakarta le había surgido un imprevisto y no podía acogernos. Aun así tuvimos suerte porque, en cuanto vimos el e-mail, escribimos a otras dos personas de esta ciudad que habían aceptado recibirnos, y a pesar de la hora tardía una de ellas nos respondió al poquito invitándonos a venir a su casa.
Vari y Rangga, nuestros nuevos anfitriones, fueron la alegría de la huerta de nuestro paso por la capital. Son una pareja muy simpática con la que pasamos buenos ratos charlando y con la que fuimos a ver Tekken a un cine situado, como no podía ser menos, en un centro comercial. Parece ser que estos últimos son los lugares de recreo predilectos de los jakartenses. Claro que en una ciudad tan falta de encanto, en la que ir a comprar un billete de tren nos llevó seis horas en transporte público (eso que sólo había un cambio y que ni siquiera era hora punta) y donde tras tres horas de lluvia corría mas agua por las calles que en el Tajo a su paso por Talavera, es casi normal que uno prefiera salir en un sitio cerrado, con parking y con una variada oferta en términos de diversión. Tras nuestro breve paso por esta ciudad, que al final apenas visitamos, comprendemos porque no forma parte de los itinerarios turísticos.
Yogyakarta nos reconcilió con la isla de Java. La bici que nos prestó el hotel fue el medio de transporte perfecto para deambular por esta ciudad, plana como los pancakes de banana del desayuno. Pero lo más impresionante se encuentra en los alrededores : Borobudur y Prambanan, templos budista e hindú respectivamente, que datan de la época pre-musulmana y son, para mi gusto, no sólo los templos antiguos más impresionantes de Indonesia, sino de todos los países del sudeste asiático que hemos incluido en nuestro recorrido.
El viaje en tren a Yogya, si bien largo, fue cómodo. Lo que perdimos en confort en los dos días de trayecto hasta Bali lo ganamos en «autenticidad», especialmente el segundo día en que viajamos en un autobús lleno de locales fumando, con los vendedores ambulantes subiendo en cada parada y que casi capituló en camino (por suerte todo se quedó en un coma temporal del que el bicho despertó tras trasplantarle una pieza). Entre tanda y tanda de autobús nos acercamos a ver amanecer desde el volcán Bromo. La caminata en la oscuridad hasta el borde del cráter nos permitió echarle un ojo a la fumarola y disfrutar de un paisaje matinal cargado de misticismo al que los bulliciosos grupos de estudiantes indonesios conferían una nota festiva. En este país hemos descubierto como se sienten los ricos y famosos : 1 millón de rupias vienen a ser 90 euros, así es que uno saca y gasta millones como si nada, y cada dos por tres un grupo de chicas, jóvenes o una familia se te acerca con un «Hello Mister!, Hello Miss!» y piden hacerse una foto contigo (el extranjero de turno).
En nuestra primera parada en Bali nos aparcamos unos días en Sanur, a la espera de nuestro vuelo hacia la isla de Flores. Sanur es una estación balnearia que, como todo el sur de la isla, es un gueto turístico en el que pululan australianos y holandeses que vienen a pasar sus vacaciones entre hoteles y restaurantes «chic» con precios desorbitantes respecto al nivel de vida del país. Una oferta contra la que no tenemos nada, pero que no pega con lo que buscamos en este viaje. Nos costó, pero a fuerza de patear el pueblo, terminamos por encontrar una callecita con comedores de precios, platos y clientela local, donde chapurreando entre inglés e indonesio nos sentamos tan felices a comer tofu y pollo bañados en uno de esos currys que pican tanto que te hacen llorar. Y para postre dimos con un templo que el pueblo usa como centro cultural donde pasaban los partidos del mundial en una pantalla gigante. A los indonesios les encanta el fútbol : Cristiano Ronaldo, Messi y Torres son héroes no nacionales y hasta el jefe-alcalde del pueblo vino a ver el partido España-Suiza con una camiseta de la selección española. Se lo pasan en grande durante los partidos, jaleando las mejores jugadas y apostando sobre el resultado con el vecino.
Pero dejamos la exploración propiamente dicha de Bali para la vuelta de la isla de Flores, donde vamos a pasar una semanita buceando en el parque nacional de Komodo y viendo los dragones que lo habitan.
Bea.
Otro dato curioso es que es el país con más musulmanes del mundo : alrededor del 85% de sus 230 millones de habitantes profesan esta confesión. Para dar servicio a tanto fiel, los almuecines se desgañitan llamando a la oración desde antes del amanecer. El tonillo, diferente del que se estila en Marruecos, me recuerda muchísimo al cante hondo y tiene su encanto, aunque no faltan los aspirantes a Camarón que suenan como la Pantojita y hay veces que la megafonía distorsiona los sonidos y te despiertas en tu hotel en plena noche oyendo unos quejidos fantasmagóricos que te ponen los pelos de punta.
Como decíamos en el artículo precedente, a las 2 de la mañana del día que nos íbamos a Indonesia descubrimos que a nuestro anfitrión de Jakarta le había surgido un imprevisto y no podía acogernos. Aun así tuvimos suerte porque, en cuanto vimos el e-mail, escribimos a otras dos personas de esta ciudad que habían aceptado recibirnos, y a pesar de la hora tardía una de ellas nos respondió al poquito invitándonos a venir a su casa.
Vari y Rangga, nuestros nuevos anfitriones, fueron la alegría de la huerta de nuestro paso por la capital. Son una pareja muy simpática con la que pasamos buenos ratos charlando y con la que fuimos a ver Tekken a un cine situado, como no podía ser menos, en un centro comercial. Parece ser que estos últimos son los lugares de recreo predilectos de los jakartenses. Claro que en una ciudad tan falta de encanto, en la que ir a comprar un billete de tren nos llevó seis horas en transporte público (eso que sólo había un cambio y que ni siquiera era hora punta) y donde tras tres horas de lluvia corría mas agua por las calles que en el Tajo a su paso por Talavera, es casi normal que uno prefiera salir en un sitio cerrado, con parking y con una variada oferta en términos de diversión. Tras nuestro breve paso por esta ciudad, que al final apenas visitamos, comprendemos porque no forma parte de los itinerarios turísticos.
Yogyakarta nos reconcilió con la isla de Java. La bici que nos prestó el hotel fue el medio de transporte perfecto para deambular por esta ciudad, plana como los pancakes de banana del desayuno. Pero lo más impresionante se encuentra en los alrededores : Borobudur y Prambanan, templos budista e hindú respectivamente, que datan de la época pre-musulmana y son, para mi gusto, no sólo los templos antiguos más impresionantes de Indonesia, sino de todos los países del sudeste asiático que hemos incluido en nuestro recorrido.
El viaje en tren a Yogya, si bien largo, fue cómodo. Lo que perdimos en confort en los dos días de trayecto hasta Bali lo ganamos en «autenticidad», especialmente el segundo día en que viajamos en un autobús lleno de locales fumando, con los vendedores ambulantes subiendo en cada parada y que casi capituló en camino (por suerte todo se quedó en un coma temporal del que el bicho despertó tras trasplantarle una pieza). Entre tanda y tanda de autobús nos acercamos a ver amanecer desde el volcán Bromo. La caminata en la oscuridad hasta el borde del cráter nos permitió echarle un ojo a la fumarola y disfrutar de un paisaje matinal cargado de misticismo al que los bulliciosos grupos de estudiantes indonesios conferían una nota festiva. En este país hemos descubierto como se sienten los ricos y famosos : 1 millón de rupias vienen a ser 90 euros, así es que uno saca y gasta millones como si nada, y cada dos por tres un grupo de chicas, jóvenes o una familia se te acerca con un «Hello Mister!, Hello Miss!» y piden hacerse una foto contigo (el extranjero de turno).
En nuestra primera parada en Bali nos aparcamos unos días en Sanur, a la espera de nuestro vuelo hacia la isla de Flores. Sanur es una estación balnearia que, como todo el sur de la isla, es un gueto turístico en el que pululan australianos y holandeses que vienen a pasar sus vacaciones entre hoteles y restaurantes «chic» con precios desorbitantes respecto al nivel de vida del país. Una oferta contra la que no tenemos nada, pero que no pega con lo que buscamos en este viaje. Nos costó, pero a fuerza de patear el pueblo, terminamos por encontrar una callecita con comedores de precios, platos y clientela local, donde chapurreando entre inglés e indonesio nos sentamos tan felices a comer tofu y pollo bañados en uno de esos currys que pican tanto que te hacen llorar. Y para postre dimos con un templo que el pueblo usa como centro cultural donde pasaban los partidos del mundial en una pantalla gigante. A los indonesios les encanta el fútbol : Cristiano Ronaldo, Messi y Torres son héroes no nacionales y hasta el jefe-alcalde del pueblo vino a ver el partido España-Suiza con una camiseta de la selección española. Se lo pasan en grande durante los partidos, jaleando las mejores jugadas y apostando sobre el resultado con el vecino.
Pero dejamos la exploración propiamente dicha de Bali para la vuelta de la isla de Flores, donde vamos a pasar una semanita buceando en el parque nacional de Komodo y viendo los dragones que lo habitan.
Bea.
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