Indonesia : Flores y Bali
Nos alegramos de irnos de Sanur, estación balnearia repleta de australianos de 50 años para arriba que vienen a hacer lo mismo que harían en su país, pero en menos caro y sin el incordio de los cocodrilos y las medusas.
Labuanbajo, nuestro cuartel general durante la semana que pasamos en la isla de Flores, fue más de nuestro gusto. Aunque hay algunos hoteles y restaurantes orientados a la clientela extranjera, no tiene regusto de central turística. Lo que sí tiene es alguna que otra cabra y bastantes pollos que andan sueltos por las calles sorteando el tráfico de peatones, motos y coches. El encanto del pueblo en sí mismo es limitado, pero el ambiente es simpático y el paisaje impresionante : las casas se extienden al pie de una bahía paradisíaca salpicada de islotes y por la ladera del monte que le da la espalda. Contemplar la puesta de sol desde el balcón de nuestra habitación se convirtió en una costumbre cotidiana.
Pero la verdadera atracción de la región es el parque nacional de Komodo, conocido por sus dragones y sus fondos marinos, que se llevan la palma de oro de nuestra carrera subacuática desbancando a Sipadan y a la gran barrera de coral. El buceo aquí no es para principiantes, ya que hay bastantes corrientes que a veces le dan a uno la impresión de estar en una lavadora : es la primera vez que he visto las burbujas, en vez de subir hacia arriba, ir horizontales para terminar bajando en vertical. Incluso los enormes napoleones, que de costumbre nadan de manera plácida, parecían luchar por mantener la flotabilidad. Fue mejor que estar en un acuario : no paramos de ver tiburones, tortugas, águila de mar , atunes, barracudas y, guinda sobre el pastel, una manta raya que se dio una vuelta al ruedo delante de nuestras narices y de nuestros ojos, abiertos como platos.
Tampoco nos decepcionaron los lagartos, que nos esperaban al desembarcar sobre la vecina isla de Rinca. Evidentemente no estaban allí en anticipación de nuestra llegada, sino atraídos por los olores de la cocina de los guardas del parque nacional. Nos recordaron a las iguanas que habíamos visto en las Galápagos, pero en tamaño XXXL (pueden llegar a medir hasta tres metros). Pero a pesar de su apariencia inocua guardamos las distancias ya que, al contrario de sus primas del otro lado del Pacífico, los dragones de Komodo no son vegetarianos y, viendo en tí una fuente de proteínas, pueden atacar e inocularte con veneno. Un búfalo, tras un mordisco, sufre unos 15 días hasta que muere, tiempo durante el cual el dragón no le quita ojo de encima.
Dejamos la isla de Flores con las baterías recargadas y arrepintiéndonos de no habernos quedado más tiempo para explorar la isla. Habíamos barajado la posibilidad de volver a Bali por vía terrestre y marítima pero, nuestros ardores aventureros algo enfriados por el trayecto extenuante entre Java y Bali (ver artículo anterior), decidimos tomar el avión para reducir el tiempo de viaje de tres días a una hora. Aunque casi todas las compañías aéreas del país están en la lista negra no hay punto de comparación.
Cuando estaba en el instituto el body-board estaba de moda entre mis amigos. De vez en cuando íbamos a practicar a la playa de Casablanca, tras lo cual nos sentábamos a comentar las olas del día y fardar de las figuras que cada uno había (o pensaba haber) hecho, mientras ojeábamos revistas de surf. Las mejores fotos solían ser de Bali, lo que me despertó las ganas de ir algún día. Por aquel entonces, como los surferos de las fotos eran rubios y con pinta occidental, yo pensaba que Bali era una ciudad australiana o americana. ¡Qué corte cuando me enteré que es una isla de Indonesia!.
Por desgracia, Bali esta lejos del paraíso que me imaginaba. El tráfico y el asfalto ahogan el sur de la isla. La ausencia de transporte en común te hace dependiente de los coches con chófer y te limita al “gringo trail”. Alquilar una moto fue la solución perfecta, por el módico precio de 3,5 euros al día tras un poco de negociación para poder salir de los caminos trazados. Tras aprovechar un poco de las actividades culturales de Ubud, dejamos las mochilas grandes en el hotel y nos fuimos a recorrer la isla durante 8 días. En la costa este, buceamos e hicimos esnórkel. Por los alrededores del lago Bratan, en el centro de la isla, pasamos por unos parajes de aspecto neo-zelandés y, de vuelta en el sur de la isla, fuimos al visitadísimo templo de Tanah Lot.
Fue interesante pasearse por el interior y por la costa : vimos desfilar paisajes, dimos con gente maja y descubrimos la cultura hindú única de la isla. Como el resto de Indonesia, Bali no se libra fácilmente : hay que rascar un poco la superficie para descubrir la belleza que ésta encubre.
Nos vamos de Indonesia con un sentimiento agridulce. Es cierto que el país cuenta con perlas raras y ofrece un auténtico cambio de aires, pero también hay que andarse con mil ojos para que no te engañen como a un chino. Si eres un turista te pedirán entre el doble y diez veces más que a un local por la misma cosa. Aunque todo se haga con una sonrisa, comprar cualquier cosa, incluso una banana o una botella de agua se convierte rápidamente en un pulso.
Cerramos así el capítulo Asia del sudeste de este viaje. Es una zona del mundo que no nos ha vuelto tan locos como hicieron India o América del sur, pero seguramente volveremos para bucear y quizás para visitar zonas menos turísticas. Volamos ahora rumbo hacia medio oriente, última etapa de este viaje que, dentro de 15 días, será historia.
Karim
Labuanbajo, nuestro cuartel general durante la semana que pasamos en la isla de Flores, fue más de nuestro gusto. Aunque hay algunos hoteles y restaurantes orientados a la clientela extranjera, no tiene regusto de central turística. Lo que sí tiene es alguna que otra cabra y bastantes pollos que andan sueltos por las calles sorteando el tráfico de peatones, motos y coches. El encanto del pueblo en sí mismo es limitado, pero el ambiente es simpático y el paisaje impresionante : las casas se extienden al pie de una bahía paradisíaca salpicada de islotes y por la ladera del monte que le da la espalda. Contemplar la puesta de sol desde el balcón de nuestra habitación se convirtió en una costumbre cotidiana.
Pero la verdadera atracción de la región es el parque nacional de Komodo, conocido por sus dragones y sus fondos marinos, que se llevan la palma de oro de nuestra carrera subacuática desbancando a Sipadan y a la gran barrera de coral. El buceo aquí no es para principiantes, ya que hay bastantes corrientes que a veces le dan a uno la impresión de estar en una lavadora : es la primera vez que he visto las burbujas, en vez de subir hacia arriba, ir horizontales para terminar bajando en vertical. Incluso los enormes napoleones, que de costumbre nadan de manera plácida, parecían luchar por mantener la flotabilidad. Fue mejor que estar en un acuario : no paramos de ver tiburones, tortugas, águila de mar , atunes, barracudas y, guinda sobre el pastel, una manta raya que se dio una vuelta al ruedo delante de nuestras narices y de nuestros ojos, abiertos como platos.
Tampoco nos decepcionaron los lagartos, que nos esperaban al desembarcar sobre la vecina isla de Rinca. Evidentemente no estaban allí en anticipación de nuestra llegada, sino atraídos por los olores de la cocina de los guardas del parque nacional. Nos recordaron a las iguanas que habíamos visto en las Galápagos, pero en tamaño XXXL (pueden llegar a medir hasta tres metros). Pero a pesar de su apariencia inocua guardamos las distancias ya que, al contrario de sus primas del otro lado del Pacífico, los dragones de Komodo no son vegetarianos y, viendo en tí una fuente de proteínas, pueden atacar e inocularte con veneno. Un búfalo, tras un mordisco, sufre unos 15 días hasta que muere, tiempo durante el cual el dragón no le quita ojo de encima.
Dejamos la isla de Flores con las baterías recargadas y arrepintiéndonos de no habernos quedado más tiempo para explorar la isla. Habíamos barajado la posibilidad de volver a Bali por vía terrestre y marítima pero, nuestros ardores aventureros algo enfriados por el trayecto extenuante entre Java y Bali (ver artículo anterior), decidimos tomar el avión para reducir el tiempo de viaje de tres días a una hora. Aunque casi todas las compañías aéreas del país están en la lista negra no hay punto de comparación.
Cuando estaba en el instituto el body-board estaba de moda entre mis amigos. De vez en cuando íbamos a practicar a la playa de Casablanca, tras lo cual nos sentábamos a comentar las olas del día y fardar de las figuras que cada uno había (o pensaba haber) hecho, mientras ojeábamos revistas de surf. Las mejores fotos solían ser de Bali, lo que me despertó las ganas de ir algún día. Por aquel entonces, como los surferos de las fotos eran rubios y con pinta occidental, yo pensaba que Bali era una ciudad australiana o americana. ¡Qué corte cuando me enteré que es una isla de Indonesia!.
Por desgracia, Bali esta lejos del paraíso que me imaginaba. El tráfico y el asfalto ahogan el sur de la isla. La ausencia de transporte en común te hace dependiente de los coches con chófer y te limita al “gringo trail”. Alquilar una moto fue la solución perfecta, por el módico precio de 3,5 euros al día tras un poco de negociación para poder salir de los caminos trazados. Tras aprovechar un poco de las actividades culturales de Ubud, dejamos las mochilas grandes en el hotel y nos fuimos a recorrer la isla durante 8 días. En la costa este, buceamos e hicimos esnórkel. Por los alrededores del lago Bratan, en el centro de la isla, pasamos por unos parajes de aspecto neo-zelandés y, de vuelta en el sur de la isla, fuimos al visitadísimo templo de Tanah Lot.
Fue interesante pasearse por el interior y por la costa : vimos desfilar paisajes, dimos con gente maja y descubrimos la cultura hindú única de la isla. Como el resto de Indonesia, Bali no se libra fácilmente : hay que rascar un poco la superficie para descubrir la belleza que ésta encubre.
Nos vamos de Indonesia con un sentimiento agridulce. Es cierto que el país cuenta con perlas raras y ofrece un auténtico cambio de aires, pero también hay que andarse con mil ojos para que no te engañen como a un chino. Si eres un turista te pedirán entre el doble y diez veces más que a un local por la misma cosa. Aunque todo se haga con una sonrisa, comprar cualquier cosa, incluso una banana o una botella de agua se convierte rápidamente en un pulso.
Cerramos así el capítulo Asia del sudeste de este viaje. Es una zona del mundo que no nos ha vuelto tan locos como hicieron India o América del sur, pero seguramente volveremos para bucear y quizás para visitar zonas menos turísticas. Volamos ahora rumbo hacia medio oriente, última etapa de este viaje que, dentro de 15 días, será historia.
Karim
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