Casi llegamos a Pakistán.
Desde Khajuraho, y tras un corto viaje nocturno, llegamos a Agra a primera hora de la mañana. Es esta una etapa importante de nuestro recorrido por el norte de India ya que es aquí donde se encuentra el Taj Mahal. Para poder disfrutar de este edificio majestuoso antes de que las hordas diarias de turistas lo tomen de asalto, así como para evitar el calor insoportable que azota a partir de las 10 de la mañana, nos presentamos a hacer cola al alba. De este modo, pudimos estar entre los primeros en entrar, y tengo que reconocer que las vistas justificaron el madrugón.
Los primeros quince días hemos viajado por lugares en los que el hinduismo es prácticamente la única religión visible. La región de Agra nos ha llevado al encuentro de la India musulmana y de la herencia arquitectural dejada por los mongoles a través de los siglos en que dominaron el sub-continente indio. Hoy día, 15% de la población es musulmana mientras que 80% es hindú. De hecho, el islam aquí tiene un cierto deje 'masala' : ciertos ritos que hemos presenciado en las mezquitas me recuerdan más lo que hemos visto en los templos hindúes que lo que se practica en Marruecos.
Nueva Delhi, nuestra siguiente etapa, rebosa de edificios de esta época, como el célebre Fuerte Rojo o la tumba de Humayun. A nuestra llegada a esta ciudad compartimos mesa en un café con un granjero de excursión en la capital para que sus hijos descubrieran el metro (que lleva sólo 4 años en funcionamiento) y que estaban super contentos de conocer a un extranjero, cumpliendo así dos de sus sueños en un sólo día. La primera quincena, los captadores de clientes persiguiéndonos por doquier nos habían vuelto paranoicos. Pero poco a poco, hemos conocido gente maja que incluso comparte su comida contigo en el tren. A menudo, la gente me toma por indio y me habla en hindi o en otras lenguas locales como el Maharati o el Punjabi. Y uno de ellos, cuando le dije que soy marroquí, me preguntó si por casualidad mis padres no eran emigrantes indios.
Delhi, lejos de impresionarnos como Varanasi, nos regaló con una estancia agradable y una variedad de monumentos que van de la época mogol hasta la época de la colonización inglesa. Esta ciudad, a imagen del resto del país, es un lugar lleno de contrastes : las cadenas de comida rápida extranjeras y las tiendas de marca coexisten con bazares en los que el limpiador de oídos está manos a la obra con sus instrumentos de tortura.
Aunque continuamos con nuestro régimen vegetariano, lo dejamos de lado por una vez para probar la cocina de uno de mis tocayos, cuyo restaurante sirve desde hace décadas platos que sus antepasados ya preparaban para los emperadores mogoles. El restaurante “Karim's” es archiconocido y mucha gente viene para degustar la cabra entera rellena y asada. Pero como es un plato que hay que pedir con 24 horas de antelación, nos inclinamos por pollo y brochetas de cordero preparadas a la moda 'Burrah' (marinadas y asadas). Estaba tan bueno que mejor cambio de tema porque lo que escribo me está haciendo salivar. ¡ Estoy deseando que llegue la próxima Aid-el-kabir (fiesta del cordero) !.
Tras Delhi, el tren nos acercó hasta Amritsar, capital espiritual de los Sikhs, que representan menos del 2% de la población pero que saltan a la vista por sus turbantes y su físico imponente. El templo dorado es impresionante con los 750 kg de oro que lo recubren (hasta los ventiladores están placados de oro), el estanque sagrado que lo rodea y el restaurante comunal que sirve gratuitamente más de 60.000 comidas diarias a los peregrinos que vienen del mundo entero. En resumen, una auténtica ciudadela dentro de la ciudad.
La otra curiosidad de Amritsar es, en realidad, Pakistán. Cada día, a la caída de la tarde, tiene lugar una ceremonia, muy popular y de lo más pintoresca, organizada de ambos lados de la frontera para marcar su cierre nocturno. Bajo una apariencia de competición dicharachera se mezclan cantos militares y patrióticos, soldados que se colocan en posiciones de desafío cara al país vecino, mujeres y niños que bailan al son de la música de slumdog-milionnaire, o que se desgañitan gritando eslóganes nacionalistas de cada lado de la frontera. Incluso hay un conductor de ceremonia que anima al público en las gradas a gritar más fuerte que los paquistaníes, que también son animados a hacer lo mismo desde su lado de la frontera.
En tanto que espectador extranjero, te hace gracia al principio, hasta que uno se acuerda de los atentados de Mumbai en 2008 y de los comentarios despectivos sobre los paquistaníes que de vez en cuando hemos oído durante el viaje. Entre estas dos potencias nucleares, ha habido varias guerras que han dejado miles de muertos. En el camino de vuelta, nos preguntábamos como esta ceremonia, en la que se atiza de manera oficial el odio hacia el país vecino, puede tener lugar en la tierra de Ghandi.
Karim
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