Sucre y Potosi
Al dejar La Paz, nos apetecía tomarnos unos días de relajo en algún lugar simpático y propicio al vagueo, como ya habíamos hecho en Puerto López en Ecuador.
¡No, no es que nos hayamos cansado de viajar!. ¡Al contrario!. Estamos encantados con este vagabundeo permanente que nos permite cada día descubrir cosas nuevas, aprender algo y conocer gente interesante.
Pero de vez en cuando, hace falta tomarse un descansito, aunque no sea más que para darse el tiempo de lavar la ropa, de poner al día el blog o de decidir que hacer a continuación. Y es que, aunque las etapas principales del viaje están fijadas desde que salimos, de tanto en tanto hay que tomarse un respiro y ajustar el plan en función de lo que nos apetece hacer en un momento dado, o de lo que nos cuentan otros viajeros que cruzamos.
Tomamos pues la dirección de Sucre, capital constitucional de Bolivia, que tiene una buena reputación entre los turistas. No nos decepcionó : pensábamos pasar tres noches y al final se convirtieron en seis. Pasar de 3800 a 2300 metros de altura permite respirar más fácilmente y hace que el clima sea más clemente : hasta pude sacar los pantalones cortos que habían quedado relegados al fondo de la mochila desde Ecuador. La ciudad, con sus fachadas bañadas de cal, me trajo a la memoria la Casablanca de mi infancia, donde todo, hasta los troncos de los árboles, estaban pintados de blanco. Y, para sentirnos todavía más en casita, no teníamos más que acercarnos a uno de los parques de la ciudad donde un rico excéntrico hizo levantar a principios del siglo XX unas réplicas de la Torre Eiffel y del Arco del Triunfo.
Sucre, antigua capital de Bolivia y cuna de la Independencia del país, tiene varias atracciones turísticas de las que la que más nos gustó fue el Parque Cretácico donde, en una enorme pared vertical de roca sedimentaria, se divisan centenas de huellas de dinosaurios que caminaron por el lugar mucho antes de que los Andes comenzaran a elevarse, en un tiempo en el que la zona era aún una planicie.
Dejamos Sucre en dirección de Potosí. Pero esta vez, en vez de subir a bordo de un autobús, tuvimos el privilegio de continuar nuestro viaje con Hélène y Daniel en su todo terreno de marca japonesa. Esta pareja de las afueras de París lleva ya 7 meses atravesando el continente americano desde Alaska, con vistas de llegar hasta la Patagonia. Tras unos días de convivencia en el hostal de Sucre, nos propusieron hacer un trozo de camino juntos, cosa que aceptamos encantados. Es curioso lo raro que se hace volver a subir en un coche después de tantos autobuses, ya ni nos acordábamos de lo que era.
A 4090 metros sobre el nivel del mar, Potosí es la ciudad más alta del mundo, batiendo incluso a Lhasa en el Tíbet. En la época de la colonia, fue una de las ciudades más ricas del mundo gracias a las minas de plata del “Cerro Rico”, al pié del cual se extiende la ciudad. Explotada desde el siglo XVI por los españoles, hoy en día mineros asociados en cooperativas siguen extrayendo mineral de esta montaña, aunque ahora se trata mayoritariamente zinc en vez de plata. Las condiciones de trabajo siguen siendo muy duras : el trabajo es manual y la seguridad industrial y el reciclaje de aguas procedente del tratamiento del mineral brillan por su ausencia. Los mineros siguen tirando de la hoja de coca y del alcohol “potable” de 96° durante las jornadas de trabajo en la mina, y encomiendan su seguridad al 'Tío', al que hacen ofrendas de alcohol, coca y tabaco. Bea, en un vano intento de desempolvar sus parcos conocimientos de minería se fue a visitar las minas. Nada del otro mundo, ya que la gran mayoría de turistas que pasan por la ciudad hacen lo mismo.
De su esplendor pasado, sólo quedan en Potosí algunos edificios coloniales en ruinas, algunas iglesias barrocas y la Casa de la Moneda, lugar donde se acuñaban las monedas y los lingotes de plata antes de ser enviados y usados a lo largo y ancho del imperio español. Las dos noches que pasamos en la ciudad nos brindaron también la ocasión de descubrir la primera división de baloncesto boliviana. A esta altura cualquier esfuerzo físico es una odisea y aún así, y aunque el nivel de juego no era el de la NBA, los partidos estuvieron bastante entretenidos, con el ambiente festivo y familiar añadiendo sal al evento; desde la orquesta del instituto animando al equipo local al desfile oficial con todo su paripé asociado. Pero lo mejor eran los renacuajos, que aunque no levantaban más de dos palmos del suelo, salían a corretear al terreno en cada tiempo muerto para intentar hacer canasta, haciendo caso omiso de los avisos de los organizadores.
Aparte de la visita de las minas y de los partidos de baloncesto, Potosí no nos dejará una marca indeleble. Esperemos que nuestra próxima etapa, el Salar de Uyuni, esté a la altura de su fama.
Karim
¡No, no es que nos hayamos cansado de viajar!. ¡Al contrario!. Estamos encantados con este vagabundeo permanente que nos permite cada día descubrir cosas nuevas, aprender algo y conocer gente interesante.
Pero de vez en cuando, hace falta tomarse un descansito, aunque no sea más que para darse el tiempo de lavar la ropa, de poner al día el blog o de decidir que hacer a continuación. Y es que, aunque las etapas principales del viaje están fijadas desde que salimos, de tanto en tanto hay que tomarse un respiro y ajustar el plan en función de lo que nos apetece hacer en un momento dado, o de lo que nos cuentan otros viajeros que cruzamos.
Tomamos pues la dirección de Sucre, capital constitucional de Bolivia, que tiene una buena reputación entre los turistas. No nos decepcionó : pensábamos pasar tres noches y al final se convirtieron en seis. Pasar de 3800 a 2300 metros de altura permite respirar más fácilmente y hace que el clima sea más clemente : hasta pude sacar los pantalones cortos que habían quedado relegados al fondo de la mochila desde Ecuador. La ciudad, con sus fachadas bañadas de cal, me trajo a la memoria la Casablanca de mi infancia, donde todo, hasta los troncos de los árboles, estaban pintados de blanco. Y, para sentirnos todavía más en casita, no teníamos más que acercarnos a uno de los parques de la ciudad donde un rico excéntrico hizo levantar a principios del siglo XX unas réplicas de la Torre Eiffel y del Arco del Triunfo.
Sucre, antigua capital de Bolivia y cuna de la Independencia del país, tiene varias atracciones turísticas de las que la que más nos gustó fue el Parque Cretácico donde, en una enorme pared vertical de roca sedimentaria, se divisan centenas de huellas de dinosaurios que caminaron por el lugar mucho antes de que los Andes comenzaran a elevarse, en un tiempo en el que la zona era aún una planicie.
Dejamos Sucre en dirección de Potosí. Pero esta vez, en vez de subir a bordo de un autobús, tuvimos el privilegio de continuar nuestro viaje con Hélène y Daniel en su todo terreno de marca japonesa. Esta pareja de las afueras de París lleva ya 7 meses atravesando el continente americano desde Alaska, con vistas de llegar hasta la Patagonia. Tras unos días de convivencia en el hostal de Sucre, nos propusieron hacer un trozo de camino juntos, cosa que aceptamos encantados. Es curioso lo raro que se hace volver a subir en un coche después de tantos autobuses, ya ni nos acordábamos de lo que era.
A 4090 metros sobre el nivel del mar, Potosí es la ciudad más alta del mundo, batiendo incluso a Lhasa en el Tíbet. En la época de la colonia, fue una de las ciudades más ricas del mundo gracias a las minas de plata del “Cerro Rico”, al pié del cual se extiende la ciudad. Explotada desde el siglo XVI por los españoles, hoy en día mineros asociados en cooperativas siguen extrayendo mineral de esta montaña, aunque ahora se trata mayoritariamente zinc en vez de plata. Las condiciones de trabajo siguen siendo muy duras : el trabajo es manual y la seguridad industrial y el reciclaje de aguas procedente del tratamiento del mineral brillan por su ausencia. Los mineros siguen tirando de la hoja de coca y del alcohol “potable” de 96° durante las jornadas de trabajo en la mina, y encomiendan su seguridad al 'Tío', al que hacen ofrendas de alcohol, coca y tabaco. Bea, en un vano intento de desempolvar sus parcos conocimientos de minería se fue a visitar las minas. Nada del otro mundo, ya que la gran mayoría de turistas que pasan por la ciudad hacen lo mismo.
De su esplendor pasado, sólo quedan en Potosí algunos edificios coloniales en ruinas, algunas iglesias barrocas y la Casa de la Moneda, lugar donde se acuñaban las monedas y los lingotes de plata antes de ser enviados y usados a lo largo y ancho del imperio español. Las dos noches que pasamos en la ciudad nos brindaron también la ocasión de descubrir la primera división de baloncesto boliviana. A esta altura cualquier esfuerzo físico es una odisea y aún así, y aunque el nivel de juego no era el de la NBA, los partidos estuvieron bastante entretenidos, con el ambiente festivo y familiar añadiendo sal al evento; desde la orquesta del instituto animando al equipo local al desfile oficial con todo su paripé asociado. Pero lo mejor eran los renacuajos, que aunque no levantaban más de dos palmos del suelo, salían a corretear al terreno en cada tiempo muerto para intentar hacer canasta, haciendo caso omiso de los avisos de los organizadores.
Aparte de la visita de las minas y de los partidos de baloncesto, Potosí no nos dejará una marca indeleble. Esperemos que nuestra próxima etapa, el Salar de Uyuni, esté a la altura de su fama.
Karim
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